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sexta-feira, 4 de novembro de 2016

GRULLAS EN EL CIELO Y SETAS EN LA TIERRA, ¿QUIÉN DIJO MUERTE EN OTOÑO?.

Halloween griego: Reecuentro de Perséfone
 y de Démeter por Leighton
   No hay mejor cosa que el otoño húmedo y templado. Para ser húmedo aún le falta lluvia. Templado, casi caliente, lo está siendo y mucho. Y mientras el paisaje se despereza y renueva, como cada año, resurgiendo de la tierra calcinada durante tres meses. Esto es una reflexión anual que el GP lanza inevitablemente cada mes de octubre y que ya puede ser cansina. Pero hoy nos hemos levantado más antropólogos que de costumbre.
   Pasado ya la fiesta de los santos, y el despliegue mediático de Halloween, resulta curioso cómo nuestra cultura pasa por encima esta auténtica resurrección. Desde los lejanos tiempos de Homero y Hesíodo hasta la festividad de los Santos y Halloween, el otoño está etiquetado con la muerte y lleno de rituales vinculados con el culto a los muertos.  Antes el hombre y nuestra cultura vinculaba la muerte al frío invierno, sometido al calendario agrícola. Como todo el mundo conoce la historia de Halloween y los huesos de santos, me remontó al comienzo de nuestra cultura, con los griegos. Basta con recordar cómo nos lo cuenta la mitología: al principio de los tiempos, disfrutábamos de un clima tropical todo el año (esto del clima tropical es añadido del GP); la diosa Démeter vive feliz con su hija y con ella la naturaleza se regocija. Pero las malas artes de Hades -dios de los infiernos- hacen que Perséfone sea raptada y obligada a vivir con él como reina de los infiernos. Su madre cae en la tristeza más absoluta, y con ella toda la naturaleza. Los hombres y los animales mueren de hambre y piden a los dioses que acaben con el invierno. La mediación de Zeus, ni más ni menos, obliga a Hades a devolver a Perséfone, pero no sin que antes esta pobre diosa hubiese probado frutos del reino de los muertos. Con esta treta, Hades se aseguraba su regreso cada cierto tiempo.  Cuando Perséfone se ve obligada a retornar con su esposo, Hades, al mundo subterráneo, cada mitad de año, entonces la naturaleza se acongoja y todo se vuelve gris y pierde vida. La vuelta de Perséfone a la superficie es el regreso de la primavera. Más antiguos todavía son los cultos al árbol, el muérdago y otras maravillas, pero que tienen la misma base antropológica. Y así se explica el ciclo agrícola en el clima europeo, que por supuesto no es tropical, al menos en los últimos veinte mil años y que ha marcado las vidas de cientos de generaciones anteriores a la nuestra. 
Setas tempranas: Macrolepiota phaeodisca en las dehesas. 
Sorpresa otoñal: grullas sobrevolando las Capellanías. No hace falta
irse lejos para verlas volar. 

   Pero la nuestra es distinta. Y ya no porque usemos Internet y una realidad virtual (también), sino directamente porque hemos dejado de vivir rodeados de un entorno natural. Pensemos que esto no ha ocurrido hace tanto (cincuenta años en nuestro país) y que eso, en tiempos de los antropólogos, es una risa. Hemos participado de una cosmovisión casi medieval (por recordar al historiador Le Goff) hasta hace relativamente poco. Dudo mucho que alguien comparta esta visión cuando salimos al campo en esta época y vemos signos de lo contrario. Hoy en día el hombre sometido al ciclo agrícola es un residuo de nuestra sociedad. En su lugar, el hombre enamorado del campo -pero totalmente urbano, que entiende el campo como ocio, esparcimiento, meditación o belleza-  ve el otoño mediterráneo como la superación del estío, la auténtica estación muerta de nuestras latitudes. 

La dehesa recuperando el color verde en los suelos más ricos y abonados...
   El invierno en nuestro entorno está tan desfigurado que casi no existe. Y no es tanto por el cambio climático como por el hecho que el antiguo hombre de campo veía el frío invernal como un reto a superar, cuando estaba obligado a pasar buena parte del día en la intemperie, vivíamos en casas escasamente acondicionadas, donde solo un brasero daba refugio al cuerpo frente al frío exterior y la luz desaparecía al caer la tarde. Pero esa imagen ya ha pasado casi a la historia. 
Arco iris en la Ronda Norte. 
     El hombre urbano ve y vive ese entorno natural cómodamente instalado desde su mundo artificial que le libra de toda inclemencia. Y entonces como decimos, vemos la naturaleza con otros ojos. Y es que no hay cosa que más alegría dé al GP que ver de nuevo el verde en nuestras dehesas, extendiéndose poco a poco, de forma imperceptible. Una mera salida te permite ver animales que estaban ocultos, desaparecidos
Las siluetas de grullas en el cielo. Muy presentes
en las dehesas de casi cualquier parte de la región.
durante el verano o resguardados en unos pocos lugares húmedos o en las horas de oscuridad. Muchos pasan buena parte del verano durmiendo o incluso en un estado de hibernación, como algunos anfibios. 
Vemos una culebra encaramada a una retama, antes de ocultarse por el miedo a vernos. Nos olvidamos de nuestros refugiados de invierno que vienen a Extremadura precisamente por la comida abundante de esta época. Bandadas enteras de avefrías levantan el vuelo en los campos en cuanto sienten nuestra bicicleta. Grullas sobrevolando en lo alto el cielo de la sierra de Aguas vivas y los llanos de las Capellanías. Y por supuesto, algunas setas, a falta de demasiadas flores. Esas son cosas que se pueden disfrutar a partir de octubre, y no antes. 
     Quizás hará falta una vuelta de tuerca más en nuestro entorno para que nuestra cultura transforme esta mentalidad de la muerte invernal (¿el cambio climático tal vez?) para darnos cuenta que el gran enemigo no lo tenemos en el frío, sino en el calor del verano. 

2 comentários:

  1. Que lindo pasear en estos tiempos; tengo la suerte de ver grullas casi todos los días y soy feliz. Besitos.

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  2. La verdad es que ahora se ven pájaros por todas partes. Hoy veía buitres por los Barruecos, avefrías, garcetas y demás parentela de la charca. Supongo que en el Borbollón, será mucho más impresionante...

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