quarta-feira, 25 de agosto de 2010

DE VISITA A... LAS JURRES


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En nuestra estancia piornalega no podía faltar una escapada por la sierra con Crispín, auténtico maestro en los andares montunos y los caminos perdidos (además de ser maestro de profesión). Decidimos ir a visitar la Jurra, lugar donde los cabreros de Piornal tenían sus chozas y casas en aquella ganadería trashumante casi extinguida. No hay que olvidar que la riqueza de este pueblo siempre habían sido las cabras, hasta el boom de los frutales y la cereza. A pesar de ello, las cabras subsisten aún en Piornal.
Las Jurres están entre Piornal y Barrado, mostrando el típico escalonamiento vegetal del valle: frutales y castaños en las partes bajas, robledales en las laderas y por último brezales, helechales y piornos en las partes altas de la sierra. También en esta zona y aprovechando los afloramientos graníticos del lugar, hay una cantera que funciona de forma intermitente, y que permite reconocer el terreno también de forma geológica, mostrando afloramientos pegmatíticos de interés. Desafortunadamente, la cámara del G.P. dejó de funcionar antes de llegar a la cantera, y faltan imágenes de ella. En otra excursión será.

Interior de las casas de los cabreros, hoy en día abandonadas por completo. Se distinguían las despensas, el lugar de las literas y el de la lumbre. Uno se pregunta cómo podían sobrevivir en la sierra en mitad de una nevada o una tormenta.


En lo alto de un canchal, un círculo de piedras constituye el último vestigio de los antiguos corrales de los cabreros. Un reducto humano a punto de ser engullido por la naturaleza.

 
En las peñas más grandes pudimos localizar una tejonera, siempre según el tío Crispín.

Alacrán en su madriguera. Cripín era experto en reconocer rocas con alacranes por la forma de sus madrigueras. Yo por más piedras que he levantado estos días, no he visto ni uno... afortunadamente.

  
La vara de Crispín oscilaba peligrosamente sobre el cuerpo del alacrán. "No sé si perdonarle la vida... Aquí no hace daño a nadie". Así que el alacrán se quedó vivo y coleando (nunca mejor dicho para este animalillo) y nosotros nos marchamos entre los brezos.
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No faltó en nuestra excursión perdernos por el camino, abandonar el robledal y deambular por los brezales un buen rato. Había rastros de incendios. Según nuestro maestro, los cabreros antiguamente hacían fuegos intencionados para obtener después tallos tiernos apetitosos para las cabras.  

 Nunca un castaño nos daba tanta alegría. La aparición de castaños marcaba el regreso a la civilización: a los huertos, los terrenos despejados y los caminos.

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