domingo, 22 de fevereiro de 2015

HISTORIA NATURAL DE CÁCERES (2ª PARTE)




Un periodo crucial para la historia cacereña, el carbonífero (330-300 millones BP)

Habíamos dejado nuestra historia natural de Cáceres sumergidos en los mares del Paleozoico, en la silenciosa compañía de trilobites, braquiópodos, lingulas y nautiloideos. Este mar antiguo se mantendrá muchos millones de años, concretamente hasta el famoso periodo carbonífero. En otros puntos de España, este periodo da lugar a formaciones de carbón, pero no es el caso de nuestra ciudad. Aquí todavía estamos bajo el mar, y los pantanos con su vegetación exuberante y tropical no llegan a nuestro entorno. Pero sin embargo, el océano pierde profundidad y se convierte en un mar somero, muy atractivo para albergar gran biodiversidad. Esto permite la formación de un tipo de roca, la caliza y la dolomía, que va a ser de vital importancia para la futura ciudad de Cáceres y la posibilidad de que el ser humano pueda establecerse en estos parajes tan secos. Estas calizas, al menos una parte de las mismas, tienen un origen orgánico: están constituidas fundamentalmente por el aporte de carbonato cálcico de muchos seres vivos y en nuestra ciudad son fundamentales los fósiles de crinoideos. En muchos lugares del Calerizo podemos encontrar pequeños troncos laminados blancos sobre la piedra oscura caliza. En realidad es solo una pequeña parte del cuerpo de estos animales, que después se ramificaban y tomaban el aspecto de plantas acuáticas. Dado el número que nos podemos encontrar en nuestras calizas, podríamos imaginarnos el mar cacereño de entonces como una especie de selva sumergida por estas criaturas extrañas con forma de planta, pero que en realidad son animales.
    Decíamos que la creación de calizas en esta época del carbonífero va a ser crucial, imprescindible, para explicar después la vida humana en nuestro entorno. Como es bien sabido, las calizas son rocas fácilmente alterables con la lluvia –no en un año de precipitaciones, sino en doscientos millones de años de lluvias seguidas- y crean cavidades y cavernas con facilidad. Cualquiera que pise los cerros de Aldea Moret se dará cuenta de la superficie agrietada y angosta de sus montes  (Lo que llaman en geología lapiaz). Esto provoca la existencia de acuíferos muy importantes, por un lado, y de cuevas susceptibles de ser habitadas en el futuro, como Maltravieso o Santa Ana. Con ellas, la muerte por sed o por frío parecían alejarse para los futuros hombres que habitasen el lugar. Mucho tiempo después y ya en el presente, los cacereños usarán estas piedras para la obtención de un bien básico en construcción: la cal. Todavía hoy, quedan diseminados por muchos lugares antiguos hornos de cal, cuya actividad se extinguiría en torno a los años cincuenta, cuando el mercado nacional hizo poco rentable esta actividad a escala local.

En esta época compleja de movimientos geológicos, empiezan a aflorar en la superficie cacereña grandes masas de rocas procedentes del interior de la tierra: a diferencia de los volcanes, su ascenso va a ser lento y suave, que les permite enfriarse y solidificarse cuando llegan a la superficie. Son los granitos que aparecen al oeste y sur de la ciudad, y que forman el entorno de Malpartida de Cáceres. Ellos son no solo los culpables de esos fantásticos bolos del berrocal de los Barruecos –no es el único en formas curiosas- sino también de buena parte de la riqueza minera de la que ha disfrutado Cáceres en el siglo pasado y hoy en día: la abundancia del fosfato, litio y estaño en estas rocas, en forma de fosforita, casiterita y ambligonita, explica que hayan existido en los últimos 150 años explotaciones mineras en los alrededores de la ciudad que se beneficiaban de estos recursos: Las antiguas minas de Aldea Moret, Valdeflores, El Trasquilón o Las Arenas estaban vinculados, de una forma o de otra, con esa emergencia plutónica. Hoy en día, todos los yacimientos están paralizados o agotados, y hemos pasado de explotar minerales a beneficiarnos de la propia roca del granito con cierto éxito: varias canteras han explotado el granito y la caliza.   

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La tierra emerge (300 millones de años- actualidad)
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A mediados del carbonífero, en torno a los 300 millones de años, y tras un periodo de regresiones y subidas del nivel del mar, Extremadura emerge por primera vez conocida del océano y se convierte en tierra firme, parte de una isla que ocupará buena parte de lo que después será la península ibérica. Esta isla va a la deriva, a los lomos de una placa continental que por entonces se ubicaba prácticamente en pleno ecuador, inicia el viaje hacia su actual posición en el hemisferio norte, en la latitud que hoy conocemos. El origen de este levantamiento nuevamente lo explica la tectónica de placas. En aquella época, dos grandes placas continentales chocan –como actualmente la India sobre el Tibet- y hacen levantar montañas y desaparecer mares. La orogenia hercínica o varisca va a hacer que Extremadura se convierta en tierra firme hasta el día de hoy. Resulta difícil pensar que el actual terreno extremeño pueda ser montañoso por causa de la orogenia. Pero tendríamos que imaginarnos el Pérmico –el último periodo del Paleozoico- con cadenas montañosas y valles arbolados. Este periodo cálido y crecientemente árido que acaba con una gigantesca extinción de la vida paleozoica hace 251 millones de años.
Nada de esta gran catástrofe nos cuentan las piedras cacereñas. Van a callar hasta hace unos pocos milenios: en lugar de dejar sedimentos, los estratos antiguos empezarían a erosionarse sin dejar rastro de aquella época, en un proceso opuesto al que había operado hasta ese momento. De todo este periodo suponemos que tras la extinción pérmica, los reptiles y dinosaurios pasearon a sus anchas por los bosques del jurásico y cretácico, que crecerían entonces en lo que sería en un futuro esta región. El clima sería cálido y húmedo y no cabe duda que iguanodones y demás parientes gigantes habitarían nuestro territorio, como poblaron otras zonas de España. Nosotros no estábamos lejos de la costa del futuro océano atlántico. De esta época sí se  conserva sin embargo, un fenómeno geológico excepcional, la falla Alentejo-Plasencia, que transcurre a unos treinta kilómetros de la ciudad y que es testigo de un acontecimiento de primer orden: la aparición del océano atlántico. Esta falla fue una enorme escisión en la tierra provocada por el movimiento de las placas continentales y empezó a moverse en torno a los 135 millones de años, a mediados del jurásico para reactivarse en otras ocasiones posteriores. Quizás en determinados momentos la superficie cacereña -y toda la que atraviesa la falla- debió parecerse a los actuales rifts del cuerno de África, en el que la tierra se desgarra y permite emanar rocas y fluidos del manto de la tierra, provocando paisajes desérticos y volcánicos únicos. En cualquier caso, todos son conjeturas, y poco sabemos de este tiempo en nuestra comarca.   
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Cuaternario: el tiempo presente.
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Los próximos rastros geológicos nos llevan al tiempo presente, cuando la orografía actual está ya establecida y los cauces de los ríos toman su dirección hacia el oeste. Estos son tiempos cuaternarios, remontables a un millón de años, y que para la geología viene a significar “los tiempos presentes”. De esta época -hasta la actualidad- son los suelos arcillosos que habitualmente pisamos, especialmente aquellos formados en las vaguadas y valles formados por el flujo de los arroyuelos (el Marco, Mina Esmeralda, arroyo de Aguas Vivas, Guadiloba…), algunas partes llanas de los granitos de Malpartida, y los derrubios ocasionados en las laderas de los cerros y montes de la Sierra de la Mosca. Es fundamentalmente en estas zonas donde los suelos son más profundos y fértiles (especialmente la ribera del Marco o algunas terrazas del Guadiloba) y donde nos encontramos con una última sorpresa paleontológica. Un pequeño hallazgo recogido por el profesor Juan Gil Montes que permite reconstruir cómo era y qué tipo de paisaje podrían encontrarse los seres humanos la primera vez que pisaron estas tierras, por otro lado, muy parecidas ya a nuestros días. 
En algunas partes de la ribera del Marco podemos tener la suerte de encontrarnos con unas piedras de tonos marrones, muy porosas, que yacen en el lecho del cauce y en algunos de los desniveles creados por el propio cauce del riachuelo. Estas piedras, conocidas como tobas calizas, también están presentes en las construcciones más cercanas como Fuentefría. En el pasado invierno del 2013, el Marco vino tan crecido a su paso por ese manantial, que arrastró consigo multitud de estas piedras, permitiendo observar muchas de ellas en ese punto de la ciudad. Si cogiésemos una de ellas y las limpiásemos oportunamente, nos daríamos cuenta que los poros pertenecen a los restos dejados en la roca por multitud de restos vegetales. Vegetación formada por plantas herbáceas, tallos, juncos y raíces, pero también por hojas de árboles caducifolios, que muestran el carácter ribereño y la presencia de humedad en la zona  desde hace varios miles de años. Las razones de cómo estos restos se han preservado tan bien las ofrecen nuevamente el yacimiento calizo del Calerizo y es común a las formaciones de tobas calizas en otras geografías. La lluvia con CO2 disuelve una pequeña parte del carbonato cálcico y se acumula en las aguas subterráneas. Después, cuando afloran a la superficie, dejan impregnadas el carbonato cálcico en la vegetación que atraviesa el arroyo. Finalmente, la vegetación queda completamente recubierta de este carbonato, acaba desapareciendo o convirtiéndose en carbón y deja unas molduras perfectas sobre la caliza que es la que le da este aspecto tan sumamente poroso.
Este hallazgo aparentemente tan simple es fundamental para explicar por qué el hombre decidió asentarse hace 10000 años –al menos- en las cuevas de Maltravieso. La presencia de agua, y los cobijos naturales creados por las formaciones calizas permitirían un lugar óptimo para la existencia humana. Los fértiles suelos del Marco permitieron también crear una incipiente agricultura de la que nos quedan numerosos restos desde al menos la Edad Antigua. Esto a su vez permitía abastecer a una población que desde la baja edad media superaría los 1700 vecinos. Estas tres condiciones permitieron que se cumpliera la excepción española: una ciudad relativamente populosa, capaz de sobrevivir sin un río caudaloso y que acabaría convertida en capital de provincia.
El hombre sobre la naturaleza: el futuro de Cáceres.
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La presión demográfica sobre nuestros recursos desde la Edad Moderna ha ido incrementándose paulatinamente, y convierte el más antiguo problema de supervivencia humana, el abastecimiento de agua, en algo contemporáneo. Conforme la ciudad fue creciendo las aguas del Marco se revelaron indispensables para poder suministrar a una población amplia. En el Marco encontramos restos de presas romanas, posibles casas de baños árabes y un grupo de molinos que se remontan algunos de ellos a la época medieval y que estuvieron funcionando hasta los años cincuenta. Entre el siglo XVI y XIX se construyen fuentes en los dos valles que limitan la ciudad, la Sierra de Aguas Vivas –La Madrila,
 Aguas Vivas, Fuente Hinche- y las aguas que vierten en el Marco -Fuente Fría, Fuente Concejo, Charca del Marco- para abastecer de agua limpia a la población. Desde mediados del siglo XX se utilizaron las aguas del Calerizo para poder abastecer las necesidades de la ciudad. Pronto se vería que ese uso era inapropiado para las crecientes necesidades industriales –el agua era dura, y la cal obstruía rápidamente maquinaria industrial- y se haría imprescindible crear presas artificiales –como el Guadiloba- para paliar esa amenaza. Hoy en día vemos que ni siquiera una presa así es capaz de satisfacer nuestras necesidades y que el problema del agua es hoy tan acuciante para nuestra ciudad como lo fue para el primer poblador de Maltravieso. Ciertamente, hemos pasado de beber el agua del Calerizo a usarla para regar un campo de golf. Pero es presumible que si el cambio climático se acelera en las próximas décadas, es de suponer que el futuro de Cáceres se hará comprometido y dependerá de soluciones tecnológicas y éticas extremadamente costosas.
A esta amenaza le añadimos el del urbanismo de la ciudad que ha condenado casi a la destrucción el paraje que le permitió nacer, la ribera del Marco. Un urbanismo desorganizado ha provocado la desaparición de buena parte de las antiguas tierras cultivables, ahora bajo el asfalto y las edificaciones, y la escasa pervivencia de un entorno fluvial hoy casi irreconocible, si lo comparamos con la proliferación de los fósiles vegetales del cuaternario. Naturalmente estos son lo que muchos llamarían “daños colaterales” del progreso humano, pero que otros ya ven como una huida hacia adelante, sin afrontar el reto que supone un desarrollo sostenible a largo plazo. La historia local de Cáceres es en el fondo, el reflejo pálido de una historia mucho más universal, en la que está comprometida la supervivencia del hombre como especie.  
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La contingencia cacereña: conclusión filosófica a un ensayo geológico. 
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Voy a darme el gusto de acabar el trabajo como lo empecé: como un filósofo y no como un geólogo aficionado. He comenzado el escrito convencido de la importancia de comprender nuestra geología para entender nuestra propia historia, una historia que ha hecho que nosotros, de una manera o de otra, nos sintamos “dueños” de esta tierra que habitamos. Albergamos sentimientos de pertenencia en forma de patrias, naciones y destinos manifiestos que combinan raza, cultura y territorio. Nos convertimos en señores de tierras y construimos fronteras en sus límites para frenar extraños. Expoliamos sus recursos naturales en nombre del derecho de propiedad. La degradamos en nombre del progreso y la comodidad humana. 
Después de haber pensado esto desde nuestro perfil geológico, uno se siente obligado a ser algo más humildes en las reclamaciones. Estamos en esta tierra cacereña por una contingente mezcla de causas biológicas, físicas y geológicas. Incluso la tierra que pisamos es relativa: como hemos visto, no siempre ha estado emergida ni ha estado posicionada en el mismo lugar del planeta. ¿Por qué podríamos considerarla nuestra sin atender a las obligaciones que supone el habitarla? En cualquier caso, nuestro paso por este suelo que llamamos Cáceres o Extremadura es puramente transitorio. Frente a los 600 millones de años de antigüedad del suelo que pisamos, nosotros no estamos sobre él más que hace un millón y medio y no lo habitamos sedentariamente más que hace 10000 años. Esta tierra seguirá su evolución cuando nosotros ya no estemos aquí como especie. Decir incluso que es nuestra responsabilidad protegerla hasta resulta altivo. La peor catástrofe que pueda provocar el ser humano difícilmente pondrá en peligro la vida en la tierra y mucho menos detendrá su evolución geológica.  



1 comentário:

  1. Muy interesante. Me ha gustado mucho tu blog Angelillo, me hago seguidor. Saludos desde Cantabria.
    http://faunacompacta.blogspot.com.es/

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