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quinta-feira, 27 de junho de 2013

DE VISITA A... "LOS HORNOS" DE SIERRA DE FUENTES





     Uno de los hornos rehabilitados, con un panel explicativo del ciclo de la cal.
     vista panorámica de los hornos desde una cima cercana. Fuera de la foto quedan todas las instalaciones del centro de recuperación de fauna.

     Durante mucho tiempo, el G.P. había visto en la carretera de Sierra de Fuentes un letrero que apuntaba a "los hornos" y se decía: "Más que el nombre para un centro de recuperación, parece para el de un crematorio". Evidentemente había una explicación para ello, pero solo fue la semana pasada cuando tuvimos ocasión de conocerla. Al llegar hasta allí, caímos en la cuenta de un montón de aparentes "chozas" que daba la sensación de encontrarnos en un castro celta o algo similar. Pero evidentemente, solo podían ser hornos de cal. Más de una decena de pequeños hornos, restaurados hace algo más de una década, pero que según algunas fuentes (desconozco su fiabilidad) se remontan a los siglos XVI y XVII. Esto no deja de ser posible, puesto que Sierra de Fuentes es una población que empieza a aparecer en documentos escritos en el siglo XIV, y que en el siglo XVI tiene población suficiente para construir una iglesia de cierta entidad.
Una culebra de collar estaba tomando el sol de la mañana en uno de los hornos.
     La ubicación de estos hornos de cal en este preciso emplazamiento responde a diversos factores humanos y propiamente geológicos. El lugar está situado estratégicamente en un término medio entre la población de Sierra de Fuentes y los terrenos calizos del Calerizo, a menos de dos kilómetros del lugar. El poblamiento humano haría de mercado local de la cal producida y el yacimiento calizo sería la fuente principal de materia prima. Ubicado en el paso del sistema montañoso que divide Sierra de Fuentes con la llanura de la ciudad de Cáceres, entre el Cerro del Milano y el Risco, estos hornos han aprovechado también la peculiar geología del lugar para garantizar la efectividad de las construcciones. Efectivamente, los hornos situados en la parte alta del lugar aprovechan las paredes verticales y delgadas pero extremadamente duras, que la naturaleza les brinda en forma de cuarcitas afectadas por un débil metamorfismo de contacto. Estas rocas soportarían fácilmente las altas temperaturas que se necesitan para el cocimiento de la caliza, al mismo tiempo que proporcionaban el material necesario para construir los mismos hornos, en forma de pequeños bloques. La construcción, por otro lado, no deja de ser muy rústica y el espacio que queda en su interior es bastante reducido. Nada que ver con los hornos "industriales" de las cercanías de Cáceres, construidos en ocasiones con piedra de cantería.

       Las cuarcitas del lugar tienen un aspecto algo distinto de las crestas típicas. De aspecto noduloso y con cierta tendencia a la esquistosidad, se asemejan de lejos a los dientes de perro de la llanura y parecen afectadas, como hemos dicho antes, por un débil metamorfismo de contacto, originado por la aparición de una intrusión granítica en mitad del sinclinal. Estos pequeños relieves son los que se utilizaron precisamente para favorecer la construcción de algunos de los hornos. Por otro lado, las inclusiones de vetas de cuarzo se hacen extremadamente frecuentes en la zona más alta en dirección al cerro del milano, rellenando fracturas y también, conforme nos vamos moviendo hacia el norte, la cuarcita recobra su forma habitual.
      
Gran bloque de cuarcita perfectamente estratificada con intervalos de cuarzo.

sábado, 3 de novembro de 2012

ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL: EL HORNO DE CAL DE "LA CUEVA"



Exterior del horno y escalera de acceso a la parte superior.
 

Bóveda en ladrillo en la sala previa al horno. La puerta permanece semitapiada. Muy posiblemente, este era el lugar para almacenar la leña y desde donde se alimentaba el fuego que fundía la roca caliza.
 
 Interior del horno, construido en pequeños sillares de granito, más resistentes al calor que la caliza. Las paredes están cubiertas en buena parte de escoria provocada por las altas temperaturas: el horno se cubría de piedra caliza y se dejaba cocer durante más de cinco días, hasta que la cal estaba preparada. 
 
 El horno, visto desde su parte superior, repleto de retamas e hinojos. No hay que olvidar que los hornos de cal solían estar construidos por debajo del propio nivel del suelo para conservar el calor.
 
Muestra de funcionamiento de un horno de cal (la fotografía
no es del GP)
      Atravesando el desolador camino del vertedero del cerro de Cabezarrubia, el GP deseaba ir hasta la dehesa del Junquillo, a probar suerte e intentar ver alguna macrolepiota interesante para regalar a su suegro. Sin embargo, si el camino no era atractivo a nivel paisajístico, para un aficionado a las piedras como el GP no deja de tener su interés. El vertedero es un muestrario gratis de toda la geología del sinclinal, aunque un poco incómodo de atravesar. Sin embargo, lo que nos desvió definitivamente de nuestro objetivo fue el descubrimiento de este horno de cal emergido entre el mar de escombros. El GP desconocía su existencia y se quedó allí un buen rato fotografiando el evento: dos magnificos hornos a los que se podía acceder a pie era una tentación demasiado grande para dejarla pasar. Lógicamente cuando se quiso dar cuenta, se le había hecho muy tarde. Las setas tendrían que esperar otro día.
        Los hornos de cal han tenido gran importancia en la ciudad. Hay que pensar que para una provincia que apenas cuenta con yacimientos calcáreos, Cáceres se convertía en un lugar privilegiado por el Calerizo, y la cal (óxido de calcio) tenía amplias propiedades usadas desde antiguo: como desinfectante o como material de construcción, era requerida por ganaderos, enfermos, constructores... La demanda, antes de la creación de un mercado nacional bien articulado a partir de los sesenta, estaba asegurada para los empresarios y trabajadores del sector, cuya importancia se tradujo en su propia calle de la ciudad (la bien conocida calle Caleros). Los hornos de cal se contaban por decenas,  distribuidos extratégicamente en los alrededores de canteras y zonas calizas. Actualmente muchos de ellos han desaparecido por la expansión urbanística. Otros han sido protegidos (como el que está en la estación de autobuses). El que le mostramos ha tenido su mejor aliado en... los escombros. Y merece la pena desviarse desde el Junquillo para observar los restos históricos de una etapa preindustrial desconocida y en peligro de desaparición en nuestro entorno.
      Como hemos apuntado otras veces, no nos cansamos de repetir que la arqueología industrial es una asignatura pendiente de la conservación de nuestro patrimonio. Desgraciadamente, la coyuntura es la peor que podemos imaginar: sin recursos públicos y con un legado medieval que se lleva toda la atención, cuando queramos reaccionar será demasiado tarde y se habrán perdido muchas cosas valiosas por el camino.