Exterior del horno y escalera de acceso a la parte superior.
Bóveda en ladrillo en la sala previa al horno. La puerta permanece semitapiada. Muy posiblemente, este era el lugar para almacenar la leña y desde donde se alimentaba el fuego que fundía la roca caliza.
Interior del horno, construido en pequeños sillares de granito, más resistentes al calor que la caliza. Las paredes están cubiertas en buena parte de escoria provocada por las altas temperaturas: el horno se cubría de piedra caliza y se dejaba cocer durante más de cinco días, hasta que la cal estaba preparada.
El horno, visto desde su parte superior, repleto de retamas e hinojos. No hay que olvidar que los hornos de cal solían estar construidos por debajo del propio nivel del suelo para conservar el calor.
Muestra de funcionamiento de un horno de cal (la fotografía no es del GP) |
Atravesando el desolador camino del vertedero del cerro de Cabezarrubia, el GP deseaba ir hasta la dehesa del Junquillo, a probar suerte e intentar ver alguna macrolepiota interesante para regalar a su suegro. Sin embargo, si el camino no era atractivo a nivel paisajístico, para un aficionado a las piedras como el GP no deja de tener su interés. El vertedero es un muestrario gratis de toda la geología del sinclinal, aunque un poco incómodo de atravesar. Sin embargo, lo que nos desvió definitivamente de nuestro objetivo fue el descubrimiento de este horno de cal emergido entre el mar de escombros. El GP desconocía su existencia y se quedó allí un buen rato fotografiando el evento: dos magnificos hornos a los que se podía acceder a pie era una tentación demasiado grande para dejarla pasar. Lógicamente cuando se quiso dar cuenta, se le había hecho muy tarde. Las setas tendrían que esperar otro día.
Los hornos de cal han tenido gran importancia en la ciudad. Hay que pensar que para una provincia que apenas cuenta con yacimientos calcáreos, Cáceres se convertía en un lugar privilegiado por el Calerizo, y la cal (óxido de calcio) tenía amplias propiedades usadas desde antiguo: como desinfectante o como material de construcción, era requerida por ganaderos, enfermos, constructores... La demanda, antes de la creación de un mercado nacional bien articulado a partir de los sesenta, estaba asegurada para los empresarios y trabajadores del sector, cuya importancia se tradujo en su propia calle de la ciudad (la bien conocida calle Caleros). Los hornos de cal se contaban por decenas, distribuidos extratégicamente en los alrededores de canteras y zonas calizas. Actualmente muchos de ellos han desaparecido por la expansión urbanística. Otros han sido protegidos (como el que está en la estación de autobuses). El que le mostramos ha tenido su mejor aliado en... los escombros. Y merece la pena desviarse desde el Junquillo para observar los restos históricos de una etapa preindustrial desconocida y en peligro de desaparición en nuestro entorno.
Como hemos apuntado otras veces, no nos cansamos de repetir que la arqueología industrial es una asignatura pendiente de la conservación de nuestro patrimonio. Desgraciadamente, la coyuntura es la peor que podemos imaginar: sin recursos públicos y con un legado medieval que se lleva toda la atención, cuando queramos reaccionar será demasiado tarde y se habrán perdido muchas cosas valiosas por el camino.
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