Ventanas sobre el Arno
La furia de Perseo a contraluz
Florencia es sencillamente sinónimo de arte en grado superlativo. Aparte de ser la cuna remota del capitalismo y la banca, la ciudad fue fundadora del mecenazgo cultural -desde los tiempos de los Medicci- y puede alardear de acabar convertida en pleno siglo XXI en un museo a pie de calle. En todos los rincones nos encontramos con obras de arte de primera categoría, de esas que se aprenden desde pequeño en los libros de texto de historia. Al frente Cellini, en otro rincón Donatello, detrás Bruneleschi, y al fondo Miguel Angel. La lista es interminable y acaba siendo tediosa escribirla aquí. Quizás algunos chicos de la excursión se queden con el David de Miguel Ángel, visitado en la Academia con tal rigor histórico y artístico que dudo mucho que Blanca pueda explicarles algo que no hayan oído ya en el próximo curso. Tuvieron la paciencia y el ánimo para escuchar una explicación de más de una hora centrado únicamente en las esculturas de Miguel Ángel. Yo prefiero quedarme contemplando el Perseo de Cellini. Y volvería con más calma para dar una vuelta en bicicleta por la ciudad, ese medio de transporte tan florentino que nos evoca por un momento a Ámsterdam más que a la propia Italia.
Increíble cúpula de Santa María de las Flores
Inscripciones en el puente del Arno.
Las bicis hacen de Florencia una piccola Amsterdam.
Un viejo clava su mirada en los viandantes desde hace siglos.
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