Los dioses también lloran con el paso de los siglos.
Un haz de luz en San Pedro: delicias de los místicos.
Mármol desgarrado en el templo de Agripa. Sentir el tiempo.
Encantadora suciedad romana. Decollage, que decía Lola. Mediterráneo.
Edificios romanos rodean un obelisco egipcio, saqueos de épocas pasadas.
Conversaciones en Santa María La Mayor.
El viaje iba en crescendo, como decía Lola, y la capital de Italia se convertía en el mejor final posible para acabar la agotadora semana. Roma es en dos palabras, historia viva. Sabes perfectamente que cada lugar que pisas tuvo su relevancia en la historia europea de los últimos dos milenios. Primero, con su pasado imperial y después su legado religioso, prolongándose hasta nuestros días. Y sin embargo, a diferencia de Venecia, no nos encontramos ante un decorado. Ninguna ciudad europea puede presumir de poseer tanta frescura y viveza conviviendo con ruinas de más de dos mil años y sentirlas parte de sí misma.
Podríamos hablar de tres Romas: la Roma imperial, con un poderoso y romántico poder de evocación, como le ocurría a Lola, convertida de repente en vestal. Eso ocurre en el entorno del Coliseo, y no obstante, el foro tiene algo de montaje: no en vano, fue Mussolini su creador, que demolió todo el barrio medieval para dejar en pie únicamente los restos romanos. Afortunadamente a los visitantes actuales les lleva a recuerdos más pacíficos que los del ideario fascista del Duce.
La Roma cristiana, la del Vaticano, es quizás la más fría de las tres. La majestuosidad barroca de san Pedro apabulla, empequeñece al hombre y engrandece la Iglesia de los papas de la Contrarreforma. Los palacios reales europeos del tipo de Versalles quedan ridiculizados ante semejante exhibición de riqueza y lujo: si hubo una auténtica monarquía absoluta en Europa, esta fue la del estado papal y ninguna otra. Hoy en día es normal que los sentimientos de muchos visitantes sean encontrados: más de uno se siente más cómodo en una pequeña iglesia románica o unas catacumbas que delante del descomunal baldaquino de San Pedro.
La tercera Roma es la que realmente enamora al visitante, la ciudad de las plazas y fuentes, del bullicio, del desorden mediterráneo. Además, no anula a las dos anteriores, sino todo lo contrario: las sumerge en una armonía extraordinaria por su aparente caos. Esta Roma es capaz de albergar iglesias barrocas de primera categoría, monumentos romanos como el Pantenón o el teatro de Pompeyo, y seguir siendo una ciudad moderna y global, con sus parques de motos, sus pizzs y helados, su bullicio habitual y su trasiego de gente. En Roma tienes la posibilidad no solo de visitar monumentos, sino de conocer gente peculiar en una fugaz estancia de dos días. Los encuentros casuales se suceden, desde un guía aristócrata que nos cuenta sus encuentros con Benedicto XVI, hasta artistas callejeros que nos invitan a entrar a su museo en medio de la acera. No en vano, los que hacen juramento de volver a Roma lo hacen en el corazón del barrio barroco, en la Fontana Di Trevi. Yo por cierto no eché ninguna moneda, pero algo me dice que volveré a esta magnífica ciudad en el futuro.
Sentir la decadencia, foro romano.
(y con esto terminan nuestras estampas italianas. Muchas otras imágenes y reflexiones quedan dentro de uno o para otras ocasiones)
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