quarta-feira, 23 de agosto de 2017

SUBIENDO LA SILLETA DE CAÑAVERAL


Estupenda vsta de ascenso a la Silleta. Se observa el zarpazo de la FAP, y la ubicación del dique de diabasas.

  Hace cuatro años publicábamos una reseña de nuestra subida al Silleta y la visita a El Arco. Pero la impericia ha borrado el artículo, y eso ya fue el último detalle para rehacer el artículo volviendo a este fantástico sitio y disfrutando de sus vistas y su geología. 
   Frente a la gran mayoría de las sierras centrales de Cáceres, que escasamente superan los 600 metros, el Silleta o la Silleta se levanta a una altura considerable respecto a Cañaveral (825 metros frente a los 360 de la localidad), altura aún más remarcada si consideramos la cercanía del Tajo. Así, la Silleta adopta la posición de un imponente macizo sobre toda la comarca, y como es lógico, las vistas que podemos disfrutar desde su cumbre son fantásticas (y geológicamente muy interesantes). 
Ruta seguida en tres horas mezclando bicicleta y a pie.
    Nuestra ruta comenzó desde la estación, puesto que nos movimos a Cañaveral en el tren de las ocho de la mañana, una hora estupenda para iniciar la visita en pleno mes de julio y en un día no demasiado cálido -si no se corre el riesgo de quedarse achicharrado a medio camino-. Contábamos con tres horas y media para ascender al monte. Al dejar la parada de tren, nos encontramos con un barrio casi abandonado (la Estación) y que no está desprovisto de interés. Como en otros lugares, y fruto de la llegada del tren al pueblo, el barrio se desarrolló con brío en las décadas centrales del siglo XX, para iniciar su progresivo abandono hasta la actualidad. Hoy en día solo se sienten las golondrinas, que  anidan en las casas, almacenes y fábricas abandonadas más cercanas a la estación. Únicamente en la cercanía de la nacional nos encontramos con cierta actividad industrial activa hoy día.

Entre pitas ascendemos al Arco.
     Al entrar en Cañaveral nos desviamos al tomar la curva  de entrada al pueblo y subiendo por la calle alfarería o la calle real,  atravesamos la localidad hasta alcanzar la sinuosa carretera que nos lleva al Arco, preciosa muestra de la arquitectura popular de los riberos del Tajo. Esta ruta se puede seguir muy bien por wikiloc, gracias a la labor de Teófilo Amores. También recomendamos su post de su blog www.enfilando.blogspot.com, donde aparece, aparte de unas fotos estupendas, indicaciones muy útiles para seguir esta ruta.
   No es necesaria seguir la carretera: un sendero rehabilitado va atravesando las colinas que jalonan las faldas de la sierra, bien empedrado y acompañando de grandes pitas, limoneros, olivos y huertos. Está bien documentado que en el siglo XIX, estas faldas producían gran cantidad de limas y limones destinados a la ciudad de Madrid. Si observamos con atención el empedrado nos daremos cuenta que las piedras oscuras pertenecen a la diabasa dominante del terreno. Los interesados en la geología también nos percataremos que estamos atravesando el dique de diabasas de la falla Alentejo-plasencia. En uno de los tramos, la trinchera abierta por el sendero nos permiten ver los típicos bolos de diabasa y la tierra amarronada propia del dique. Al mismo tiempo, y durante ese trayecto, podemos distinguir una línea de colinas que siguen la traza de la falla y del dique de diabasas, mientras que a mano derecha dejamos de lado "el reventón", un monte moderadamente más bajo que la sierra de Cañaveral, y provocado por un hundimiento del tipo graben propiciado por el paso de la misma falla. En contrapartida, la propia sierra de Cañaveral gana en altura frente al resto de las sierras por el mismo motivo, tal y como aparece explicado en la diapositiva de desarrollo de un graben. 
Pilón de la canaleja e iglesia del Arco.
  Siguiendo el sendero acabamos llegando al Arroyo y la fuente de la Canaleja. La iglesia del Arco, de un único cuerpo con sólidos contrafuertes de mampostería y torre campanario,  queda a mano izquierda y se divisa desde el camino y la fuente de la Canaleja, todavía con abundante agua en tiempo estival.  
Desde la fuente, el camino hacia la derecha nos conduce al pueblo del Arco atravesando un hermoso sendero con una vieja acequia de compañera. Pero nosotros, para subir a la Silleta, debemos tomar el sendero que se abre a la izquierda, poco antes de llegar a la fuente desde Cañaveral. Por allí vamos atravesando las faldas del monte, entre monte bajo, eucaliptos y pinos salvados de anteriores incendios, hasta llegar a un cortafuegos, antes abierto, y ahora cerrado bajo propiedad privada. Un pequeño sendero al lado de la verja nos permite sin embargo inciar el ascenso por la ladera, en línea recta y con mucha pendiente. Es el momento de dejar nuestra compañera la bicicleta atada a la torre de la luz e iniciar la ascensión a pie. Para ello, se hace necesario un buen bastón, que resulta a veces difícil de encontrar: las ramas que quedan entre los arbustos son mayoritariamente de pinos incendiados años antes, y se quiebran con mucha facilidad. Pero si queremos hacer la subida más cómoda, conviene buscar un poco y hacerse con una buena vara.


Típica puerta con tejadillo a dos aguas
 realizado con la pizarra de la zona.



Cortafuegos que inicia la ascensión a la cima, hoy cerrado.
Colinas entre Cañaveral y el Tajo.
Conglomerados con fractura ortogonal.


En este tramo, y al coger altura, es cuando merece la pena contemplar el mar de lomas y colinas que se abren entre la depresión formada por el arroyo Guayanquil y el Tajo. Este mar de colinas que rompe la relativa monotonía de la penillanura cacereña se produce por estos dos accidentes geográficos de primer orden: la fractura formada por la falla Alentejo-Plasencia (la FAP), en dirección SO-NE, y por otro lado la fractura provocada por el encajamiento del Tajo. Estos dos abruptos cortes del terreno han provocado la progresiva erosión de la penillanura por el drenaje fluvial y forman este curioso y llamativo paisaje. 
Cuarcitas con abundantes óxidos de hierro.
Restos de pinares que emergen lentamente
 de fuegos de hace una década.
Esto no es lo único por observar: durante la subida por el cortafuegos podemos encontrarnos en primer lugar cuarcitas provenientes de la erosión de los crestones con gran cantidad de óxidos de hierro, provocando dendritas y bonitas rocas brechoides, producto de la fracturación y las fallas. Cuando el sendero se desvía a mano izquierda, empieza una formación de conglomerados ordovícicos, sometidos a metamorfismo débil que los ha aplastado y orientado laminarmente  y que forma llamativas peñas y bloques.
Esta formación es rara de encontrar en todo el sinclinal. 
   Junto a estas observaciones geológicas, contemplamos cómo
Crestones rugosos provocados por los conglomerados.
toda la ladera de la sierra se va recuperando lentamente de las heridas de incendios pasados. Aunque el matorral mediterráneo es predominante, en algunos lugares empiezan a formarse pequeñas manchas de pinares, jóvenes todavía, pero que ya nos superan en altura y que en ocasiones llegan a bloquear
bloque de conglomerados.
el sendero. Comparado con la última vez que subimos en el 2013, la recuperación existe, pero no ha habido ningún otro intento de repoblación, especialmente tras el incendio de ese año sobre los árboles más jóvenes.
  Ya coronando la cima, las formaciones de conglomerados dejan
Cuarcitas con intrusiones.
paso a la cuarcita armoricana, que hace, como en todas estas sierras, de crestón predominante gracias a su gran dureza. Del otro lado observamos otra línea de sierras de menor altura, con pinares de repoblación y menos afectada por los fuegos. Conviene ahí detenerse en otro detalle geológico: observar la desviación de la
La sierra del Arco desde el Silleta.
cordillera en más de un kilómetro, si miramos en dirección este hacia Casas de Millán. En efecto, la línea se desplaza hacia el NE de forma llamativa. De nuevo, la falla Alentejo Plasencia es responsable de esta importante desviación.
   Después de todas estas consideraciones y desbarres geológicos que se monta en GP en su cabeza, son ya las diez de la mañana. Hemos tardado más o menos unas dos horas en ascender hasta la cima, contando con las paradas y haciendo buena parte del camino en bicicleta. Es hora de descender, sin poder detenernos por desgracia en el Arco. Aquí si se hace obligatorio el uso del bastón, para aquel que no haya traido nada en la subida. La pendiente de bajada es un revientapiernas que nos dejó tocada la rodilla durante un par de semanas. Por supuesto, a esa hora y como es casi habitual por la zona, los buitres leonados inician su vuelo, y nos permiten recrearnos en su imponente planeo. Algo que ya vimos también en nuestra última visita a Mirabel. Finalmente, una lata de cerveza y un libro del brillante Zizek en la estación de Cañaveral dan término a este viaje estival, cuatro años después de hacerlo por primera vez. La próxima tendrá que ser en la primavera. 


Explicación geomorfológica del terreno desde lo alto de la silleta.
Ladera norte de la Silleta. Se observa la desviación de las sierras del fondo en más de un kilómetro, por culpa de la FAP.
El pino de la derecha está algo más crecidito, desde la última vez que lo vimos...




domingo, 13 de agosto de 2017

PENSANDO EN LA MINA DE VALDEFLORES...

      Se hace inevitable pensar en Valdeflores durante estas semanas. Y más cuando efectivamente se abre un debate importante en nuestra ciudad sobre la conveniencia o no de reabrir la mina y se forman colectivos destinados a salvar el valle de Valdeflores. Pero conviene debatir al detalle el tema, aunque sea de forma provisional, desde los pocos datos que todavía se disponen. Así que aquí exponemos nuestra particular visión del tema.  
    El patrimonio natural de Valdeflores es relativamente limitado, más allá del pulmón verde que supone la sierra de la Mosca para la población cacereña y su componente emotivo para muchos de nosotros. Evidentemente es una zona de indudable belleza paisajística -en parte precisamente por los restos de las antiguas minas-, pero  no hay especies excepcionales habitándola, y la antropizacion de la zona es muy acusada por una  expansión urbanística desmedida, que incluye la parcelación del terreno hasta la llegada a la mina, y la aparición de urbanizaciones no lejos del lugar -precisamente aquellas que ahora se sienten más amenazadas por la mina, y que en su día fueron polémicas por no respetar planes urbanísticos-. 
      Más allá de este primer daño ambiental, el impacto paisajístico es indudable, en cuanto que se trata de una mina a cielo abierto, pero también estas cicatrices no son anormales en la sierra de la mosca. La propia mina de Valdeflores dejó las laderas peladas y deforestadas tras su cierre, y la naturaleza poco a poco cubrió el paisaje con el paso del tiempo. Las explotaciones de canteras a cielo abierto han sido comunes en Cáceres, algunas de ellas muy cercanas la ciudad. Algunas tienen un impacto visual muy limitado -por ejemplo la cantera de cuarcita de la carretera de Valdesalor-, mientras que otras sí generan cicatrices más visibles -como la cantera María Antonia, cercana a la sierra de la Mosca, con la consiguiente deforestación y erosión del terreno. En cualquier caso, la junta debería exigir a la empresa minera un plan de recuperación de la zona y garantías para que esto se cumpla, como ha ocurrido en algunas explotaciones gallegas recientes, por poner algún ejemplo, más allá de convertirlos en vertederos de escombros. 
    El impacto ambiental más importante por tanto, está vinculado con la extracción del mineral propiamente dicho. Un impacto que se traduce en la contaminación del suelo y acuíferos provocada por el uso de ácido sulfurico en el proceso de obtención del litio. Las reacciones químicas que este desarrolla hacen necesarias presas de aguas altamente contaminantes, como ocurre en casi toda explotación minera. No obstante, no conviene acudir a los procesos de las minas más grandes de litio de Chile o Bolivia, desarrollados en salmueras naturales, donde el mineral que hace de mena del litio es el espodumeno y donde son necesarias enormes cantidades de agua en los procesos de evaporación y deposición del mineral. En nuestro caso, es la ambligonita -un fosfato complejo de litio- la mena principal del litio y aunque los recursos hídricos son necesarios no son tan dramáticos como en las salmueras. Este es sin duda, en nuestra modesta opinión, la más considerable herida ecológica que provoca esta explotación y que debe ser considerada con más detalle.
    No olvidamos aquí otro tipo de contaminación: la acústica -en forma de barrenado, maquinaria, explosiones y vibraciones- y la atmosférica -el polvo de litio es contaminante-. Echando un vistazo hacia atrás en nuestra propia historia, el polvo de los fosfatos de las minas, o los humos de los viejos hornos de cal generaban graves daños y enfermedades pulmonares en los mineros cacereños hace sesenta años. Pero no había constancia de que supusiera un peligro para la población -o no se registró entonces, porque nadie lo consideraba relevante-. Tendría que investigarse si existe constancia de esta contaminación en la propia explotación de Valdeflores o el Trasquilón. Lógicamente las circunstancias son otras, beneficiosas y adversas a la vez: disponemos de nuevas tecnologías y de mayores medidas de protección en nuestra legislación, y por otro lado, la explotación minera está lo bastante cerca de la población como para estudiar la cuestión con detenimiento. Cuando se explotó Valdeflores hasta los años setenta, el límite de la ciudad era el barrio de San Marquino. Hoy en día, la ciudad ha reducido a solo dos kilómetros su proximidad a la mina y eso es motivo lógico de preocupación, aparte del incumplimiento del plan urbanístico de la propia ciudad de Cáceres.  
    A partir de aquí, se abre el debate político en torno a la reapertura de la mina. Es necesario considerar todas las ventajas posibles de esta explotación, en términos de puestos de trabajo y riqueza generada en la región, pero también ser conscientes de su limitaciones. Más allá del debate de que es capital extranjero -australiano- el que explota la mina -algo que en tiempos de la globalización es casi inevitable-, la minería es un valor industrial transitorio, como Cáceres conoce bien a lo largo de su historia, en las propias explotaciones del litio y estaño y especialmente en el fosfato. La administración haría bien en ser transparente y dejar claras las consecuencias económicas positivas ofrecidas por el consorcio minero para nuestro entorno. Cáceres, por otro lado, no está en condiciones de rechazar alegremente una inversión de este tipo si es lo suficientemente aceptable para su desarrollo.