Salía yo con Gema de su casa en dirección a La Serrana. Ella me había dicho: "aquello está lleno de alacranes, como no te puedes imaginar, salen por todas partes e inundan la carretera". Lo cierto es que no llegamos a ver ninguno esa noche, pero al salir del pueblo, al canto de los grillos le acompañaban un piu-piu-piu, cada vez más estruendoso conforme se hacía la oscuridad.
- Eso tienen que ser pájaros, o murciélagos... dije a Gema.
- Eso tienen que ser pájaros, o murciélagos... dije a Gema.
- Yo creo que son los alacranes.
- No puede haber tantos, respondí yo convencido.
Al día siguiente había quedado con el tío Crispi para recorrer la sierra del Mojón Blanco, y yo, con la duda, le pregunté sobre aquel ruido nocturno. El tío Crispi se conoce la sierra de cabo a rabo, levanta las piedras, escala las piedras, contempla todo con sus neumáticos, tiene la mirada de un niño pequeño preguntándose por todo.
- Pues claro que eran alacranes, y tú qué pensabas... a mi abuelo le picaron una vez y estuvo tres días con dolores. Te voy a enseñar sus guaridas.
Al parecer, el tío Crispi era experto en reconocer las guaridas de los alacranes. Excavan un agujerito debajo de las piedras, pero dejando la marca de sus pinzas en la arena: esto las hace como si se trataran de la entrada de un pequeño hormiguero.
Al parecer, el tío Crispi era experto en reconocer las guaridas de los alacranes. Excavan un agujerito debajo de las piedras, pero dejando la marca de sus pinzas en la arena: esto las hace como si se trataran de la entrada de un pequeño hormiguero.
Al principio no hubo suerte, pero al llegar a las cercanías de Piornal, dijo:
- En esta hay uno seguro.
Y así fue: nada más levantar la piedra se revolvió un pequeño animal, amarillo y negruzco.
Es un ciempiés, dije yo, pero en ese mismo momento vi su cola erizarse y mostrar su aguijón y sus pinzas. El animal se echó a correr, perseguido por el cayado del tío Crispi. Jugueteó con él por un rato, aunque sabiendo yo que no habría misercordia para él, una vez lanzada la foto.
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