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domingo, 6 de dezembro de 2015

LA COLINA DE LOS ALACRANES EN ALDEA MORET

    
 Un último intento en localizar setas esta temporada terminó convertido en fracaso. La dehesa del Junquillo, que en otras ocasiones y por estas mismas fechas aparecente rebosante de pie azul y macrolepiotas, estaba ahora completamente esquilmada y pelada, con el suelo seco por la falta de lluvia -más parecido a mayo que al mes de diciembre-, y con bastante basura acumulada, suponemos que por el día de las castañas y otros domingueros. Y es que el tiempo acompañaba a domingueros desaprensivos: el sol y el calor eran bastante considerables: el granito parlanchín iba en camiseta a las cinco de la tarde, en las laderas de solana. Y puesto que no había setas, nos pusimos a buscar piedras.
     Las colinas que cierran la dehesa del Junquillo tienen, igual que en otras muchas partes de la cara sur de Cáceres, hondonadas y restos de trincheras de la guerra civil. Hay grandes bloques de roca removida en toda la zona y dejan ver bien la petrología del lugar: cuarcitas sometidas a metamorfismo de contacto, arenizadas y en paulatino proceso de formación de esquistos muy ricos en mica. Pero lo de menos fueron las piedras; lo más relevante era lo que había debajo de ellas: un considerable número de alacranes. De seis o siete grandes piedras removidas, encontramos cuatro escorpiones bien hermosos y algo dormidos, ciertamente. Y es normal, si lo pensamos bien: una ladera bien soleada, arenosa y con grandes pedruscos que se pueden convertir en guaridas perfectas para estos bichejos. El GP llegó a tal punto que dejó de remover las piedras, por si acaso -los alacranes no hacen nada, siempre y cuando no se les moleste o se les toque con las manos, lógicamente-. Así que dejamos los alacranes y empezamos a recrearnos en los herrerillos, bastante menos peligrosos que estos singulares artrópodos. 




Todas las veces que hemos visitado la dehesa del Junquillo siempre nos hemos encontrado con estos dicharacheros pajarillos, escalando cabeza arriba o abajo las ramas y troncos de las encinas de la dehesa.

segunda-feira, 8 de julho de 2013

SOBRE ALACRANES Y DIABASAS EN "LA ALBERQUILLA"

 Aquí tenemos un señor alacrán manduncándose la cabeza de una pobre hormiga. Y eso que el alacrán no debe estar en su mejor día: le falta una de las pinzas. 
Otro señor alacrán despertado de su siesta, con evidente mal humor y mostrando su aguijón al público distinguido. Y el GP que iba buscando ranas y tritones... Quién iba a pensar que a estos alacranes les gustase tanto el fresquito.
Otro animalito más frecuente en este paisaje húmedo: un gallipato aprovechaba la oscuridad de las piedras para pasar el tórrido día.
      Cáceres puede ser un lugar bastante atractivo para un alacrán. Y sin embargo, es una especie bastante selectiva en lo que a sus hábitats se refieren. Resultan algo raros de encontrar en la sierra de la mosca, poco arenosa y demasiado arcillosa y pedregosa para construir sus madrigueras bajo las piedras. Veinte años removiendo piedras en las cercanías de Sierra de Fuentes y apenas nos encontramos con cuatro o cinco ejemplares en todo ese tiempo. Los alacranes sin embargo se extienden más en la penillanura, y especialmente en las zonas de suelo más suelto y fácil de mover. Así que cuando estuvimos visitando el valle de los Hornos, granítico y con partes extremadamente arenosas, no nos sorprendió tanto encontrarnos con un par de alacranes nada más levantar un par de pedruscos. Lo llamativo del caso era la gran humedad de la zona donde los encontramos.
La primera reacción del alacrán fue hacerse "el muerto".
      A un kilómetro y medio de los Hornos en dirección Cáceres, nos topamos con una especie de "mancha húmeda" en mitad del estiaje enclavada en lo que se conoce como "La alberquilla". Bajo la presa de una charca para el ganado se mantenían algunos pastos, florecían compuestas fuera de temporada y los asfódelos eran abundantes. Fue el único lugar verde que encontramos en toda la dehesa del valle, aprovechando la humedad de una charca, y tal vez un emplazamiento geológico particular de diabasas (la primera vez que las veo en el sinclinal) y filones de cuarzo cuarteando la zona, que permitía retener la humedad más que el resto del terreno. Fue cuando empezamos ingenuamente a buscar piedras y aprovechar para intentar ver algún anfibio, alguna ranita meridional, algún sapo y cosas así. El primer pedrusco que levantamos nos dio como premio un gallipato, típico de la zona. Las siguientes nos dieron la "sorpresa" de los alacranes. Para alguien que no está acostumbrado a verlos en los alrededores asusta un poco (sobre todo cuando apuntan el aguijón hacia el cielo), pero con las debidas precauciones y un buen palo, se hacen inofensivos (más bien, los que molestamos somos nosotros, al despertarles de su descanso). Así que después de alguna foto, les tapamos de nuevo y les dejamos en paz.  
      El otro descubrimiento de interés fue el filón de diabasas que cruzaba esa misma zona, en mitad de la intrusión granítica del sinclinal de Cáceres. Investigando después, el cuaderno del IGME que acompaña a la hoja geológica de Cáceres sostiene que existen diabasas esporádicas y poco alteradas en el interior del sinclinal, y hace una relación más directa a una encontrada en las cercanías de la casa de Lagartera, bastante cercana al lugar de nuestro hallazgo y vinculada también a los granitos tectonizados de la zona. Ya no hace falta irse a la falla de Plasencia para ver los "bolos" tan característicos de estas rocas... 
Rocas diabásicas encontradas en "la alberquilla"

sexta-feira, 28 de agosto de 2009

CUANDO CANTAN LOS ALACRANES

alacrán en los alrededores de Piornal, recién salido de su madriguera.


Salía yo con Gema de su casa en dirección a La Serrana. Ella me había dicho: "aquello está lleno de alacranes, como no te puedes imaginar, salen por todas partes e inundan la carretera". Lo cierto es que no llegamos a ver ninguno esa noche, pero al salir del pueblo, al canto de los grillos le acompañaban un piu-piu-piu, cada vez más estruendoso conforme se hacía la oscuridad.
- Eso tienen que ser pájaros, o murciélagos... dije a Gema.
- Yo creo que son los alacranes.
- No puede haber tantos, respondí yo convencido.
Al día siguiente había quedado con el tío Crispi para recorrer la sierra del Mojón Blanco, y yo, con la duda, le pregunté sobre aquel ruido nocturno. El tío Crispi se conoce la sierra de cabo a rabo, levanta las piedras, escala las piedras, contempla todo con sus neumáticos, tiene la mirada de un niño pequeño preguntándose por todo.
- Pues claro que eran alacranes, y tú qué pensabas... a mi abuelo le picaron una vez y estuvo tres días con dolores. Te voy a enseñar sus guaridas.
Al parecer, el tío Crispi era experto en reconocer las guaridas de los alacranes. Excavan un agujerito debajo de las piedras, pero dejando la marca de sus pinzas en la arena: esto las hace como si se trataran de la entrada de un pequeño hormiguero.
Al principio no hubo suerte, pero al llegar a las cercanías de Piornal, dijo:
- En esta hay uno seguro.
Y así fue: nada más levantar la piedra se revolvió un pequeño animal, amarillo y negruzco.
Es un ciempiés, dije yo, pero en ese mismo momento vi su cola erizarse y mostrar su aguijón y sus pinzas. El animal se echó a correr, perseguido por el cayado del tío Crispi. Jugueteó con él por un rato, aunque sabiendo yo que no habría misercordia para él, una vez lanzada la foto.