Un último intento en localizar setas esta temporada terminó convertido en fracaso. La dehesa del Junquillo, que en otras ocasiones y por estas mismas fechas aparecente rebosante de pie azul y macrolepiotas, estaba ahora completamente esquilmada y pelada, con el suelo seco por la falta de lluvia -más parecido a mayo que al mes de diciembre-, y con bastante basura acumulada, suponemos que por el día de las castañas y otros domingueros. Y es que el tiempo acompañaba a domingueros desaprensivos: el sol y el calor eran bastante considerables: el granito parlanchín iba en camiseta a las cinco de la tarde, en las laderas de solana. Y puesto que no había setas, nos pusimos a buscar piedras.
Las colinas que cierran la dehesa del Junquillo tienen, igual que en otras muchas partes de la cara sur de Cáceres, hondonadas y restos de trincheras de la guerra civil. Hay grandes bloques de roca removida en toda la zona y dejan ver bien la petrología del lugar: cuarcitas sometidas a metamorfismo de contacto, arenizadas y en paulatino proceso de formación de esquistos muy ricos en mica. Pero lo de menos fueron las piedras; lo más relevante era lo que había debajo de ellas: un considerable número de alacranes. De seis o siete grandes piedras removidas, encontramos cuatro escorpiones bien hermosos y algo dormidos, ciertamente. Y es normal, si lo pensamos bien: una ladera bien soleada, arenosa y con grandes pedruscos que se pueden convertir en guaridas perfectas para estos bichejos. El GP llegó a tal punto que dejó de remover las piedras, por si acaso -los alacranes no hacen nada, siempre y cuando no se les moleste o se les toque con las manos, lógicamente-. Así que dejamos los alacranes y empezamos a recrearnos en los herrerillos, bastante menos peligrosos que estos singulares artrópodos.
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