El estanque del que el G.P. sacó a los agonizantes renacuajos invernales.
Con mucho trabajo retomamos la labor de hormiguita cibernética, a regañadientes y faltos de tiempo para prolongar nuestra actividad bloguera. Lo hacemos con una pequeña anécdota que desplazó al G.P. a su más tierna infancia hace una semana. Desecando los canales del parque del Príncipe a finales de febrero, nos encontramos Juan y yo unos cuantos animalitos coleteando desesperadamente en el fango. Fácilmente reconocimos cómo eran renacuajos. "¿Renacuajos en febrero?", se preguntaba el G.P. No tenía mucho sentido, cuando la época de cría no habia empezado y apenas habíamos empezado a ver las primeras ranas de la temporada. Uno se informó al llegar a casa que los renacuajos son capaces de prolongar su etapa larvaria indefinidamente sin se encuentran con circunstancias sumamente adversas. Lo que habitualmente dura entre dos y tres meses, se había prolongado durante todo el invierno. En cualquier caso, esa espera heroica durante el invierno precisaba no ser estropeada por la mera limpieza de los estanques, así que el G.P. se metió en los lodos, y como hacía de pequeño, empezó a coger los renacuajos para llevarlos a un lugar seguro.
Signos de la primavera, el señor Langosto y las ranas comunes comienzan a levantarse de su letargo a finales de febrero. Ha bastado un cambio de temperatura considerable para volver a la actividad primaveral.
Y mientras, las procesionarias a lo suyo. En estas semanas ha sido muy corriente ver estas largas hileras buscando lugares en la tierra donde esconderse y convertirse en crisálidas. Durante estos meses, hasta el final de la primavera, permanecerán ocultas. Tan solo pájaros como la abubilla serán capaces de detectarlas y de tomar buena cuenta de ellas.
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