La primavera se reconoce en nuestra ciudad de múltiples formas. Basta echar un vistazo a las primeras ranas y lagartijas desperezándose del largo invierno, a los aviones que retornan a nuestras latitudes y a un revuelo generalizado entre los pájaros de nuestros parques. Sin embargo está claro que la hegemonía de estas señales está en manos de las flores. Habitualmente es típico encontrarnos auténticos mantos de flores por los campos de la región en estas épocas del año. Por desgracia el G.P. y todos los cacereños van a ver pocas flores silvestres este año si el pérfido anticiclón azoriano sigue gobernando por nuestras latitudes y mandando las lluvias a otras tierras lejanas. Así que nos contentaremos un poco con lo que nos ofrecen nuestros parques y dedicamos un momento de atención a una planta cultivada que fascina al G.P. y a Juan con el arranque de cada primavera: la flor del magnolio.
Este singular arbusto está plantado en el parque de Cánovas y sorprende a los paseantes por sus enormes flores. Desarfortunadamente de los dos magnolios que florecían junto a la estatua de Gabriel y Galán, uno de ellos -ya pachucho el año pasado- se ha secado y nos ha dejado sin su nota de color característico. Esperemos que los cuidadores del parque reparen en esta falta y lo tengan presente para reponer este querido arbusto. El Magnolio soulangiana es una maravilla creada por hibridación para disfrute de parques y procedente de especies naturales originarias fundamentalmente de Norteamérica. Navegando por internet, el G.P. ha descubierto que una de las razones de estas flores tan grandes y abiertas se debe a que la polinización originariamente no era cubierta por abejas, sino por escarabajos. Una reliquia viviente, nuestro magnolio, digna de ser admirada en estos días de calor precoz.
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