Como su nombre indica, nada bueno cabe esperar de una planta con semejante nombre. Mi primo Carlos, que más que estudiante de veterinaria, parece que está cursando artes de envenenamiento, iba por la sierra de la mosca mostrándome las excelencias botánicas que nos rodean. Y no se salvaba ni una sola planta: "esta es tóxica", "esta es venenosa", "esta mata a un rebaño entero"... y así sucesivamente. Decididamente, si hubiera nacido en la época de los Borgia, mi primo se habría forrado. Pero no lo han querido así los hados, y el conocimiento de las plantas de mi primo se dedicará, con un poco de suerte, a evitar precisamente estos efectos desastrosos para la salud.
De entre todas las plantas que buscábamos, había una que tenía mayor interés: los nabos del diablo. Según Carlos, las sustancias tóxicas del nabo en cuestión eran incluso peores de la cicuta (y rianse de la muerte del pobre Sócrates y otros muchos griegos) y peligroso para el ganado. Por fin, al llegar a la pequeña presa del arroyo Valondo, nos encontramos con unas plantas secas y altas que correspondían con la planta en cuestión. "La planta es muy parecida a la cicuta", decía, "pero el tubérculo nos sacará de dudas". Y así fue, con un poco de pericia, logramos sacar el nabo del suelo y observar las ramificaciones que lo distinguían de otras umbelíferas. Después nos encontraríamos con más ejemplares en la cercanía de la charca: estas plantas necesitan un ambiente húmedo, al igual nuevamente que su hermana la cicuta.
Así que ya lo saben. Si quieren deshacerse de un amigo plomazo, una vecina cotilla, un jefe explotador, un político inepto o una suegra impertinente, administre este nabo a sus guisos y ¡pasarán a la historia como los Borgia del siglo XXI!
La planta puede llegar a tener una altura considerable. Cuando sacamos el nabo fuera, decidimos esconderlo: no fuera a ir una oveja hambrienta a comérselo e irse al otro huerto...