sábado, 23 de julho de 2011

BUSCANDO NABOS DEL DIABLO...



      Como su nombre indica, nada bueno cabe esperar de una planta con semejante nombre. Mi primo Carlos, que más que estudiante de veterinaria, parece que está cursando artes de envenenamiento, iba por la sierra de la mosca mostrándome las excelencias botánicas que nos rodean. Y no se salvaba ni una sola planta: "esta es tóxica", "esta es venenosa", "esta mata a un rebaño entero"... y así sucesivamente. Decididamente, si hubiera nacido en la época de los Borgia, mi primo se habría forrado. Pero no lo han querido así los hados, y el conocimiento de las plantas de mi primo se dedicará, con un poco de suerte, a evitar precisamente estos efectos desastrosos para la salud. 
      De entre todas las plantas que buscábamos, había una que tenía mayor interés: los nabos del diablo. Según Carlos, las sustancias tóxicas del nabo en cuestión eran incluso peores de la cicuta (y rianse de la muerte del pobre Sócrates y otros muchos griegos) y peligroso para el ganado. Por fin, al llegar a la pequeña presa del arroyo Valondo, nos encontramos con unas plantas secas y altas que correspondían con la planta en cuestión. "La planta es muy parecida a la cicuta", decía, "pero el tubérculo nos sacará de dudas". Y así fue, con un poco de pericia, logramos sacar el nabo del suelo y observar las ramificaciones que lo distinguían de otras umbelíferas. Después nos encontraríamos con más ejemplares en la cercanía de la charca: estas plantas necesitan un ambiente húmedo, al igual nuevamente que su hermana la cicuta.
      Así que ya lo saben. Si quieren deshacerse de un amigo plomazo, una vecina cotilla, un jefe explotador, un político inepto o una suegra impertinente, administre este nabo a sus guisos y ¡pasarán a la historia como los Borgia del siglo XXI! 
La planta puede llegar a tener una altura considerable. Cuando sacamos el nabo fuera, decidimos esconderlo: no fuera a ir una oveja hambrienta a comérselo e irse al otro huerto...

domingo, 17 de julho de 2011

TUMBAS ROMANAS EN LOS ARENALES




      Venía el G.P. de buscar pedruscos en las explotaciones de estaño de los Arenales y apenas había encontrado una pequeña ágata interesante. Ni cigüeñuelas, ni lagartos ni abejarucos ni nada: la excursión había sido un poco de vacío. Tan solo me quedaban apenas cinco minutos para "investigar" las porquerizas abandonadas junto al palacio de los Arenales: un par de fotos para comparar después con otras que encontrase por ahí. En esas me llamó la atención un mínimo berrocal de granito que asomaba en el punto más alto de la colina. Cuando llegué me dije: "caramba, dos pilas talladas en el propio granito". Miré al otro lado, y me topé otras dos. Finalmente, cuando me encontré otra pila en lo alto de una roca, me di cuenta que aquello no podían ser pilas del ganado. "¡Son tumbas!" recuerdo decir en alto. Parecía aquello una pequeña necrópolis: luego, investigando en la red, dicen que hay doce, según los Coloquios de Historia de Extremadura. Ignoro todo lo demás, salvo que fechan las tumbas en época romana o tardorromana.
        Una de ellas tenía un tamaño menor que las demás: era para un niño. Difícilmente, con el recuerdo de Juan en la cabeza, no dejas de reconstruir el dolor con el que hace más de mil quinientos años, un grupo de personas dijeron su último adiós a un pequeño que sucumbió por cualquier dolencia intratable en la época. Nada queda de sus juegos, ni de aquellos que tal vez le lloraron. Tan solo un hueco rectangular en una dura roca granítica cubierta de musgo reseco.

Las cochinuelas que estaba investigando en primer lugar.
El promontorio granítico donde se haya la pequeña necrópolis.

sábado, 16 de julho de 2011

MINERALES DE CÁCERES: AGALMATOLITA

       
        Como desde hace algún tiempo el G.P. no publicaba nada sobre su aficción favorita, resulta obligatorio hacer alguna reseña en el panorama bloguero sobre uno de los minerales que inexplicablemente hemos pasado por alto en la geología cacereña. El mineral perdido es la agalmatolita, un pedrusco que propiamente dicho es un compuesto de pirofilita muy fina. En la mina de Valdeflórez estos ejemplares tienen la apariencia de cuarcitas por su fractura y presentan color verde claro a oscuro, pero se hacen fácilmente identificables tanto por el tacto suave que presentan como su escasa dureza -casi pueden llegar a rayarse con la uña y cualquier otro objeto lo hace de forma fácil-. En lugares donde los depósitos son extensos, como en China, la agalmatolita es muy apreciada como piedra ornamental. Aquí nos tenemos que contentar con ejemplares de tamaño mediano, aunque afortunadamente, lo bastante grandes para ser recolectados por los amantes del mundo pétreo.  
        Contrastando los artículos que publica el blog de Eduardo Rebollada, Hernández Pacheco en el lejano año de 1902, cita por primera vez esta roca en los contornos cacereños, afirmando que en Valdeflórez, "es frecuente la existencia de una roca arcillosa de color casi blanco unas veces, otras verde, que constituye a menudo por sí sola la ganga del filón". En definitiva, "constituye una litomarga, una roca de grano muy fino, untuosa al tacto, de color verdoso, lustre craso, de dureza algo menor a 3 y bastante tenaz. Esta curiosa roca se muestra completamente impregnada de diminutos cristales de casiterita, como queda indicado al describir el modo de presentarse en este yacimiento el mineral del estaño". La descripción es perfectamente adecuada a los ejemplares que nos encontramos en las escombreras, y es también frecuente ver los filones de agalmatolita acompañados de esos pequeños cristales de casiterita. Como ocurre siempre, la disputa está abierta. Alguna gente habla de agalmatolita, otras de litomargas, otras de pinitas, o simples agregados micáceos. En fin, vaya usted a saber.

La agalmatolita está bastante bien repartida por todas las escombreras de Valdeflórez y no es
difícil encontrarla acompañada de cuarzo, en este caso.

Las laderas de Valdeflórez, lugar que estamos visitando a menudo este verano.

quarta-feira, 13 de julho de 2011

LAS RANAS NO PIERDEN EL TIEMPO


    
 Esta es la primera vez que observaba en vivo la reproducción de las ranas comunes. Ocurría en los estanques del parque del Príncipe hace unas semanas. La limpieza de los mismos había dado al traste con puestas enteras de anfibios. Resultaba triste encontrarse en los últimos charcos de los estanques desecados multitud de renacuajos que se agitaban de un lugar para otro, buscando desesperadamente de un lugar a otro su supervivencia. Sería inútil: si no los mató el sol o se asfixiaron, las culebras y cangrejos escondidos en las rocas darían buena cuenta de ellos.
     Menos mal que las ranas supervivientes pierden el tiempo: su instinto de supervivencia les lanza a reproducirse lo más posible en la época estival. Y es que no es para menos: la ventaja competitiva que mantienen los anfibios sobre otros competidores es su capacidad reproductora y la ingente cantidad de huevos que desarrollan con sus puestas. Esto compensa en parte su dependencia del agua, el gran número de depredadores a los que se enfrentan. Así que ya lo tienen claro: ¡contra la selección natural, reproducción! 

quinta-feira, 7 de julho de 2011

UN ZORRO EN VALDEFLORES...




       Les cuento la historia de nuestro feliz encuentro: andaba el GP absorto, buscando pirofilitas interesantes entre las escombreras de Valdeflores, cuando algo se movió entre las jaras que le rodeaban. Pensaba yo que se trataría del típico pájaro asustadizo que se levanta de la maleza, pero en esta época hay muy pocos pájaros por la zona. El calor los lleva a sitios más frescos. Los únicos que escuchas, y que están en el aire, son los  abejarucos. Si no era un mirlo o un grajo, ¿qué podía ser? Los ruidos continuaban y se acercaban, cuando por fin decubrí que el causante de todo aquello: un precioso zorro se había puesto casi a mi lado, guarecido con unas cuantas matas de por medio. 
       El GP creía que este animal era asustadizo por naturaleza, pero me pregunto si el hambre no es un mal compañero para acercarte a quien tienes como un enemigo instintivo. El caso fue que inmediatamente fui a por mi desayuno, unas cuantas barras energéticas, para ver si podía saciar al pobre zorro. Le puse una barrita a un par de metros, y después de unas cuantas vueltas cautelosas, el zorro cogió el alimento y se lo llevó a un sitio más seguro. Repetimos la operación seis veces: tantas como barritas energéticas me quedaban en la mochila, y con cada regreso, el zoro iba cogiendo más confianza. Tanta fue que al final, el pobre animal nos seguía como un perrito. ¡Tiempo le costó darse cuenta que el martillo no era una barrita energética y que nos habíamos quedado los dos sin nada que llevarnos a la boca! 

Nuestro querido invitado posando en las escombreras.

segunda-feira, 4 de julho de 2011

AROS EN LAS LADERAS DE LA MONTAÑA



 Los frutos de los aros, auténticos "semáforos" naturales.

          Lo malo de ir por los caminos es que si llevas mucho sin transcurrir por ellos, te puedes encontrar con cualquier cosa. En esta ocasión, iba yo muy contento camino de la mina de Valdeflores (sitio donde no iba hacía más de un año) y para evitar carretera decidí coger un estrecho sendero que arranca del cerro de la Butrera y bordea las laderas de la Montaña. Allí el GP se encontró al poco rato rodeado de zarzas y cardos secos, que amenazaban brazos, piernas y neumáticos de la bicicleta.  Acabé maldiciendo mi fabulosa idea de ir por el camino más "natural" y "corto".
       Menos mal que en el campo no todos son desgracias, y en un mínimo claro del camino me topé con todos estos Arum maculatum, en vulgo "aros" y según la Santa Wikipedia, con cincuenta nombres más en castellano, desde "candiles" a "comida de culebras". En realidad de la planta no quedaba nada, tan solo sus frutos en diferentes fases de maduración, verdes, amarillos y rojos: un semáforo viviente. Por lo tanto rectifico: no es una flor de verano, sino de primavera y en esta época solo podemos ver los bastones que se levantan del suelo cuajados de bayas. Por cierto, que no hace falta ser muy sabio para desconfiar un poco de esos frutos aparentemente apetitosos: estas bajas rojas son tóxicas y producen vómitos y dolores de estómago. Eso no quita, según el libro verde de Alfonso Pizarro, que tenga valores medicinales de interés.
       ¿Por qué en este lugar? Era la primera vez que el GP se encuentra con el aro por la zona. Recordaba ahora que la parte del sendero por donde yo transitaba estaba anegado en el invierno y se convertía en un mínimo arroyuelo. La humedad es abundante durante buena parte del año y el resguardo de los muros permitían florecer estas plantas de forma natural. No esperemos por tanto verla por los secarrales cacereños.
El sendero de donde emergen los aros. De la bicicleta apenas se ve un manillar y de los aros una manchita amarilla y roja. La silueta de la izquierda es el fantasma del GP.

domingo, 3 de julho de 2011

LA LLUVIA DE JULIO

     
    El GP se levanta poético, y no es para menos. Es por la mañana y sobre una ciudad que sueña con ser africana cuatro meses al año, deja de lucir el sol. Una cortina de nubes blanquecinas evita termómetros excesivos, pero no es suficiente. El asfalto, como cualquier día de julio, se hace chicle. Las baldosas, recalentadas, impiden sentarnos sobre ellas. Los bancos en la sombra se disputan. Un pesado ruido de aire acondicionado silba sobre nuestras cabezas.
      Pasan las horas. Las nubes se hacen algo más oscuras, no mucho más, y la brisa cambia. Se hace respirable. El bochorno remite algo con el caer de la tarde, hasta que de pronto, sientes algo sobre la cabeza. Del cielo de julio es más fácil que te caiga la cagada de un gorriato a que lo haga una gota de lluvia, y sin embargo, caen más. Ahora la ves, una gota de agua sobre la piel de tu brazo. ¡Está lloviendo! De pronto, las gotas se hacen gordas, poco abundantes, pero visibles.  Y sobre todo las sientes: primero en la piel, luego en el ambiente. Te embriagas del olor a tierra mojada. ¡Llueve! dice la gente de mi alrededor. Algunos corren a refugiarse, otros preferimos sentirla. El chubasco, por llamarlo de alguna forma, dura poco, un par de minutos quizás, pero es suficiente para recordarnos de que sigue existiendo. Los colores de la calle cambian de repente, haciéndose más oscuros y brillantes, justo en el momento en el que vuelve a aparecer el sol.
      Toca el fin obligado. De las montañas de cemento y ladrillo se levanta el alegre telón de colores y la lluvia se despide hasta vaya usted a saber. Por tratarse de julio, el arcoíris se nos vuelve espectacular, extraño, mágico. Me quedo contemplándolo un buen rato. Cuando decido a proseguir mi camino, me vuelvo para comprobar que sigue ahí todavía, fugaz. En cuestión de minutos habrá desaparecido y seguramente que tardarán en volver a nuestras latitudes. Por si acaso, lo fotografío y me lo quedo para mí. A saber cuándo se ve otro en la ciudad africana...