Hacía algún tiempo que no salía el G.P. con la bicicleta, y el puente de diciembre nos ha permitido al menos un pequeño respiro para mover sus neumáticos entumecidos. Así que nos fuimos a la dehesa del Junquillo y aparte de observar la abundante basura -suponemos que del día de las castañas- y escuchar a los carboneros, pudimos el placer de observar las setas más resistentes a los primeros fríos del invierno. Como además nuestros medios fotográficos son nefastos y no podemos fotografiar nada que se mueva y esté a menos de dos metros, en lugar de seguir a los carboneros de árbol en árbol, el G.P. se contentó con quedarse bajo ellos a buscar setas, que es la única ocupación que tenemos últimamente.
Las macrolepiotas estaban ya en las últimas, mientras que todavía quedaban unos cuantos champiñones silvestres. La que sin embargo abundaba debajo de cada encina, y se elevaba bajo el estiércol de las vacas, era la lepista pura o pie azul (o al menos eso cree el G.P.). Esta es una seta que crece más cerca del invierno que las demás y que además aguanta más o menos bien las heladas. Así que no fue difícil encontrarnos multitud de ejemplares de distintos tamaños. Como distintivo, aparte de ese carácter ondulante del sombrero, el pie azulado que da nombre a dicha seta. Cuentan los entendidos que la seta es comestible, pero que mejor cocerla antes. Nosotros, como siempre, preferimos el placer visual al culinario.
Una lepiota alta y con el sombrero completamente abierto y con el anillo bien vistoso. En estas circunstancias, las lepiotas pierden su interés culinario y no están ya tan frescas para el consumo.
El característico sombrero de las lepiotas con sus escamas oscuras desplazándose del centro.
Vista de la dehesa en diciembre. Entre los árboles y las vacas, una bicicleta está echándose la siesta mientras
su dueño busca bichos y setas.
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