Despedimos febrero con una típica imagen de los almendros en flor. En esta semana será la fiesta del almendro en La Fregeneda y Barca d'Alba allá por los arribes del Duero de la raya salamantina, y aunque por aquí no tenemos almendros de esa talla y en tal número, basta pasar por alguno de nuestros parques y encontrarnos con alguno de ellos para nuestro deleite. Sin embargo los últimos días sopló bastante viento por toda la península y es fácil encontrarnos con nieve bajo los almendros, una auténtica alfombra blanca de pétalos bajo el tronco y las ramas todavía desnudas de estos árboles. No hace falta decir que Juan se lo pasó en grande jugando con los pétalos y levántandolos por los aires, a merced del viento (para ser más concretos, pétalos y todas las guarrerías que se encontraba por el camino: sus primeras experiencias en torno a la ley de la gravedad).
Pero estas no fueron las únicas sensaciones primaverales bajo el frío de final de febrero. Mi particular depresión sobre el país, los políticos, la educación y demás frustraciones personales intenté ahogarla entre las flores que empiezan a desperezar ahora. Las flores bulbáceas siguen apareciendo fugazmente: si hablábamos de los narcisos, ahora es el turno de las iris silvestres. Y ya más cerca de nosotros, al lado de nuestras casas, los primeros aviones empiezan a dibujar círculos en el aire en torno a los nidos de primaveras pasadas. Todo vuelve una vez más, como debe ser. Dura solo un rato, el del paseo o la salida por el campo. Luego el ruido del mundo borra el pequeño consuelo y te despierta de la ensoñación. Pero siempre merece la pena...