Como cada verano, el G.P. ha pasado algunos días en su pueblo de adopción, Piornal, y con el paso de los años va cogiendo confianza para hablar un poquito del mismo y ponerlo a escurrir. Porque evidentemente Piornal es un pueblo del que se
pueden extraer virtudes, pero también muchos defectos (a pesar de lo que nos
digan los orgullosos piornalegos). Y sin duda alguna, uno de esos defectos -quizás el primero que salta a la vista para el visitante- es el carácter
poco atractivo o físicamente feo del pueblo. Subiendo de
hermosas poblaciones tanto del Jerte como de la Vera, siempre uno se espera algo más de
lo que nos ofrece Piornal. Como en otros muchos casos en todo el país, la arquitectura
tradicional de Piornal está desvirtuada o destruida, no ha habido urbanismo alguno y la
anarquía constructiva ha sido generalizada en décadas. Es fácil encontrarse una casa serrana en piedra junto a construcciones en ladrillo desnudo o uralita, y eso que el trazado laberíntico del pueblo es muy atractivo para preservar algunos rincones más rústicos. Parece que esto no ha
importado mucho a los del Piornal hasta ahora (mientras no se les toque las cerezas o las
castañas, ellos duermen tranquilos), aunque ciertamente hay señales de cambio,
como el ambicioso proyecto del ayuntamiento con la Universidad de Sevilla para
decorar todas las paredes de uralita del pueblo.
A pesar de todo lo dicho, quedan restos dignos de mención. Uno de ellos de cierta importancia para el G.P. es la
edificación de fuentes por toda la zona. Como buen pueblo serrano, el agua
ocupa un lugar importante en su propia configuración como pueblo, marcando
incluso a veces el trazado de las calles. Los manantiales son abundantes tanto
dentro como fuera del núcleo urbano y se han mantenido muchos de ellos hasta
nuestros días. Son en general construcciones en granito, que varían dependiendo
de su uso. La cronología oscila de una a otra, aunque no es demasiado antigua:
el pilón de la iglesia fue construido en 1908, la bola del ayuntamiento es de
1954, la fuente grande y el pocillo son de principios de los sesenta.
Sin embargo, tenemos que salir del
pueblo para contemplar las fuentes más hermosas de Piornal. Como todos los veranos, hicimos una salida con nuestro cicerone particular, el tío Crispín -maestro en hongos, cerezos y paisajes varios del Piornal-, que nos condujo al pico del Espolón y nos permitió observar algunas de las fuentes más interesantes de la zona.
La mayor parte de estos manantiales están ubicadas en la sierra de Tormantos, y cumplían las funciones de abrevadero de ganado. El momento de su edificación corresponde a las décadas de los cincuenta y sesenta (excepto la Matafrailes, de 1930), y coincide plenamente tanto con el pico demográfico del pueblo en toda su historia (unos 2400 habitantes), como también el momento de la máxima explotación ganadera de la sierra (la cabaña caprina alcanza 4700 cabezas en los años 50). Así, la fuente del Mojón blanco es de 1954, la de Peña Negra o la de Oliva Martín son también de los mismos años. La estructura se repite en todas ellas. Consiste en una alineación de pilones de granito construidos sobre una pendiente descendente, de tal forma que el agua del manantial va pasando de una pila a otra manteniéndolas siempre llenas. En tiempos más recientes se añadieron a las pilas originales bañeras, más amplias y baratas (y por supuesto también más feas). Aunque algunas de ellas son todavía utilizadas por el ganado, el estado de conservación de las mismas es mediocre y solo podemos acceder a ellas por el conocimiento que tienen de las mismas los lugareños (en este caso, el tío Crispín). La fuente del Mojón blanco estaba prácticamente cubierta por la hierba hace un par de años; la del Espolón incluso ha sufrido rapiña y una de las pilas centrales está desaparecida. Hay que añadir que cuanto más descuidadas están las fuentes más peligrosas se vuelven en su visita. Según los piornalegos son lugares típicos para las víboras hocicudas, y los casos de animales mordidos (perros y vacas) son relativamente frecuentes. Conviene por tanto vestir calzado fuerte y pantalones largos para evitar encuentros desagradables, y sobre todo, mirar dónde ponemos los pies: las víboras no atacarán a no ser que sean molestadas o pisadas.
La mayor parte de estos manantiales están ubicadas en la sierra de Tormantos, y cumplían las funciones de abrevadero de ganado. El momento de su edificación corresponde a las décadas de los cincuenta y sesenta (excepto la Matafrailes, de 1930), y coincide plenamente tanto con el pico demográfico del pueblo en toda su historia (unos 2400 habitantes), como también el momento de la máxima explotación ganadera de la sierra (la cabaña caprina alcanza 4700 cabezas en los años 50). Así, la fuente del Mojón blanco es de 1954, la de Peña Negra o la de Oliva Martín son también de los mismos años. La estructura se repite en todas ellas. Consiste en una alineación de pilones de granito construidos sobre una pendiente descendente, de tal forma que el agua del manantial va pasando de una pila a otra manteniéndolas siempre llenas. En tiempos más recientes se añadieron a las pilas originales bañeras, más amplias y baratas (y por supuesto también más feas). Aunque algunas de ellas son todavía utilizadas por el ganado, el estado de conservación de las mismas es mediocre y solo podemos acceder a ellas por el conocimiento que tienen de las mismas los lugareños (en este caso, el tío Crispín). La fuente del Mojón blanco estaba prácticamente cubierta por la hierba hace un par de años; la del Espolón incluso ha sufrido rapiña y una de las pilas centrales está desaparecida. Hay que añadir que cuanto más descuidadas están las fuentes más peligrosas se vuelven en su visita. Según los piornalegos son lugares típicos para las víboras hocicudas, y los casos de animales mordidos (perros y vacas) son relativamente frecuentes. Conviene por tanto vestir calzado fuerte y pantalones largos para evitar encuentros desagradables, y sobre todo, mirar dónde ponemos los pies: las víboras no atacarán a no ser que sean molestadas o pisadas.