Se hace inevitable pensar en Valdeflores durante estas semanas. Y más cuando efectivamente se abre un debate importante en nuestra ciudad sobre la conveniencia o no de reabrir la mina y se forman colectivos destinados a salvar el valle de Valdeflores. Pero conviene debatir al detalle el tema, aunque sea de forma provisional, desde los pocos datos que todavía se disponen. Así que aquí exponemos nuestra particular visión del tema.
El patrimonio natural de Valdeflores es relativamente limitado, más allá del pulmón verde que supone la sierra de la Mosca para la población cacereña y su componente emotivo para muchos de nosotros. Evidentemente es una zona de indudable belleza paisajística -en parte precisamente por los restos de las antiguas minas-, pero no hay especies excepcionales habitándola, y la antropizacion de la zona es muy acusada por una expansión urbanística desmedida, que incluye la parcelación del terreno hasta la llegada a la mina, y la aparición de urbanizaciones no lejos del lugar -precisamente aquellas que ahora se sienten más amenazadas por la mina, y que en su día fueron polémicas por no respetar planes urbanísticos-.
Más allá de este primer daño ambiental, el impacto paisajístico es indudable, en cuanto que se trata de una mina a cielo abierto, pero también estas cicatrices no son anormales en la sierra de la mosca. La propia mina de Valdeflores dejó las laderas peladas y deforestadas tras su cierre, y la naturaleza poco a poco cubrió el paisaje con el paso del tiempo. Las explotaciones de canteras a cielo abierto han sido comunes en Cáceres, algunas de ellas muy cercanas la ciudad. Algunas tienen un impacto visual muy limitado -por ejemplo la cantera de cuarcita de la carretera de Valdesalor-, mientras que otras sí generan cicatrices más visibles -como la cantera María Antonia, cercana a la sierra de la Mosca, con la consiguiente deforestación y erosión del terreno. En cualquier caso, la junta debería exigir a la empresa minera un plan de recuperación de la zona y garantías para que esto se cumpla, como ha ocurrido en algunas explotaciones gallegas recientes, por poner algún ejemplo, más allá de convertirlos en vertederos de escombros.
El impacto ambiental más importante por tanto, está vinculado con la extracción del mineral propiamente dicho. Un impacto que se traduce en la contaminación del suelo y acuíferos provocada por el uso de ácido sulfurico en el proceso de obtención del litio. Las reacciones químicas que este desarrolla hacen necesarias presas de aguas altamente contaminantes, como ocurre en casi toda explotación minera. No obstante, no conviene acudir a los procesos de las minas más grandes de litio de Chile o Bolivia, desarrollados en salmueras naturales, donde el mineral que hace de mena del litio es el espodumeno y donde son necesarias enormes cantidades de agua en los procesos de evaporación y deposición del mineral. En nuestro caso, es la ambligonita -un fosfato complejo de litio- la mena principal del litio y aunque los recursos hídricos son necesarios no son tan dramáticos como en las salmueras. Este es sin duda, en nuestra modesta opinión, la más considerable herida ecológica que provoca esta explotación y que debe ser considerada con más detalle.
No olvidamos aquí otro tipo de contaminación: la acústica -en forma de barrenado, maquinaria, explosiones y vibraciones- y la atmosférica -el polvo de litio es contaminante-. Echando un vistazo hacia atrás en nuestra propia historia, el polvo de los fosfatos de las minas, o los humos de los viejos hornos de cal generaban graves daños y enfermedades pulmonares en los mineros cacereños hace sesenta años. Pero no había constancia de que supusiera un peligro para la población -o no se registró entonces, porque nadie lo consideraba relevante-. Tendría que investigarse si existe constancia de esta contaminación en la propia explotación de Valdeflores o el Trasquilón. Lógicamente las circunstancias son otras, beneficiosas y adversas a la vez: disponemos de nuevas tecnologías y de mayores medidas de protección en nuestra legislación, y por otro lado, la explotación minera está lo bastante cerca de la población como para estudiar la cuestión con detenimiento. Cuando se explotó Valdeflores hasta los años setenta, el límite de la ciudad era el barrio de San Marquino. Hoy en día, la ciudad ha reducido a solo dos kilómetros su proximidad a la mina y eso es motivo lógico de preocupación, aparte del incumplimiento del plan urbanístico de la propia ciudad de Cáceres.
A partir de aquí, se abre el debate político en torno a la reapertura de la mina. Es necesario considerar todas las ventajas posibles de esta explotación, en términos de puestos de trabajo y riqueza generada en la región, pero también ser conscientes de su limitaciones. Más allá del debate de que es capital extranjero -australiano- el que explota la mina -algo que en tiempos de la globalización es casi inevitable-, la minería es un valor industrial transitorio, como Cáceres conoce bien a lo largo de su historia, en las propias explotaciones del litio y estaño y especialmente en el fosfato. La administración haría bien en ser transparente y dejar claras las consecuencias económicas positivas ofrecidas por el consorcio minero para nuestro entorno. Cáceres, por otro lado, no está en condiciones de rechazar alegremente una inversión de este tipo si es lo suficientemente aceptable para su desarrollo.