Pescando cangrejos, Foz.
Cubriendo el gneis, Foz
Con los pavos, palacio de Cristal
Por una vez, durante estas vacaciones, he cambiado el objeto de mi cámara y he fotografiado otro tipo de animalitos. El GP se siente extraño con irrumpir en la vida de sus semejantes con una cámara indiscreta y oculta, pero ha merecido la pena. Y es que una ciudad como Porto se merece un reportaje de sí misma bastante amplio, en el que se combina detalles de gran ciudad con los de aldeas apartadas, decadencia y restauración, tradición y modernidad, mar y tierra. Y no son tópicos de una guía turística al uso: el contraste existe. En los jardines es fácil toparse con una berza entre las rosas y dalias. Al lado de los centros comerciales gigantescos, una vendedora ambulante puede estar gritando con una cesta de pescado en la cabeza mientras mantiene las gaviotas a raya. Junto a urbanizaciones de lujo, crakeros y heroinómanos discuten. Como ocurre en las ciudades latinoamericanas, un edificio lujoso puede contar con acerado y en la siguiente parcela caminamos por la tierra (el carrito de Juan ha sufrido bien este percance). Quizás para desgracia de los portuenses: lo exótico para el turista se convierte en tormento para el ciudadano. en definitiva, una ciudad con personalidad propia en la que no basta una visita fugaz a la ribera y a sus bodegas para conocerla a fondo. Hay que perderse por otros barrios: Foz, Lordelo do Ouro, Massarelos, Boavista... cada uno de ellos con su rincón por descubrir. Muchos que prefieren la magia lisboeta, pero será que mis saudades (y las de Inma) nos acaban conduciendo siempre al mismo lugar.
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