Las flores del pepino del diablo se asemejan remotamente a las de las calabazas. No dejan de ser parte de la misma família, en el mundo de la botánica.
Esta singular flor forma parte de las salidas veraniegas que no pudimos publicar en julio, y ahora nos permiten cerrar el verano: el pepino del diablo. No es una flor que se prodigue demasiado, aunque cuando aparece puede ser abundante. Su predilección por los suelos arenosos hace que sea ese entorno en el que es posible encontrarla, y el GP la ha visto muchas veces en los bancos de arena de los cauces secos de arroyuelos. Aqui nos la encontramos en las vías del tren a su paso por el aliviadero de mina Esmeralda. Como suele ocurrir, andaba el GP buscando otra cosa (rocas de origen volcânico) a los pies de las colinas de las minas de Aldea Moret, cuando se topó con esta preciosidad. No solo las flores son muy dignas de ser contempladas, sino que lo más peculiar de la planta son sus frutos, esos pepinos peludos tan característicos. Cuando están los suficientemente maduros, les basta un mero roce con algún objeto para dar un petardazo y lanzar sus semillas a más de dos metros de distancia. Si no bastase esta técnica de supervivência reproductora, el pepino del diablo tiene una última particularidade: sus jugos constituyen un potente purgante. Tan sumamente potente, que una dosis demasiado elevada puede producirnos la muerte. Ahora el GP entiende su carácter diabólico. Por lo demás, nunca está de más toparse con esta botánica estival.