Un pequeño berrocal rompe el amarillo de la penillanura.
El verde también está presente: campo de cereales, cada vez más raros.
Arriba, una zona repoblada recientemente con encinas. Las canteras de las proximidades han erosionado en gran medida el terreno de la zona, relativamente frágil y poco profundo.
Comenzamos abril con sol y lluvia. Los pétalos de flores se pegan en mis botas empapadas y el barro cubre el cuadro de la bicicleta hasta casi borrar el metal. A menudo bajo las flores se esconden auténticos barrizales que te pueden engullir el pie hasta el tobillo y que hacen el paseo en bicicleta una auténtica tortura (sobre todo, si se compara la comodidad de estas pistas en verano). Y sin embargo, merece inmensamente la pena visitarlas justo ahora. Las llanuras de la zona de Las Arenas se visten así en esta época. Y todavía no ha llegado el turno de las viboreras ni las gramíneas: las flores que vemos aquí se mantienen prácticamente desde el otoño hasta la llegada del verano.
La cogujada no lo tiene tan fácil para mimetizarse como en el verano. El tapiz de flores que la rodean la delatan rápidamente.
Época de cría y de reparar los nidos abandonados del año anterior para las cigueñas, extremadamente comunes en toda la comarca. Aquí, una pareja en su nido, en la colonia próxima al hotel de Las Arenas.
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