Esta casa fue investigada por el G.P. en sus años mozos (doce añitos) y descubrimos cubas de vino de 1885.
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En mi otro blog hacía un homenaje a Wittgenstein con esta puerta.
En continuación con el anterior post, el G.P. va a seguir deleitandose con la decadencia y el paso del tiempo en su ocio vacacional. Como ya apuntábamos, el tiempo asigna un interés atractivo hacia las obras humanas. Rebasa todos los cánones de belleza que podamos apreciar desde nuestro juicio estético, y se refugia únicamente en el poder de lo histórico. Si quitásemos a estas obras el musgo, la humedad, el abandono y lo sucio, posiblemente estaríamos destruyendo aquello que le asigna más valor. Y es que, siguiendo a la ya citada Yourcenar, en un guijarro que aparentemente podría ser cualquier otro, vemos el resto de una curva, de una recta bien trazada, para saber que esa pertenencia en su día a una obra humana le concede una importancia para nosotros inestimable. Naturalmente, este es un gusto que no todo el mundo tiene que compartir, pero si no fuera así, nadie se detendría ante una estatua mutilada o las piedras de un castro celta, Micenas o Machu Pichu.
El G.P. no va tan lejos en el tiempo. En el caso que proponemos aquí, lo histórico aguijonea su alma: los tejados caídos, las escaleras con musgo, intransitadas durante años, las lápidas casi borradas son trazos dejados en la historia de su propia vida, cuando recordaba esas casas todavía habitadas y disfrutaba de esos lejanos veranos de la infancia en tierras gallegas.
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