Deseando enseñar el origen de nuestros ancestros a Juan, dimos un paseo más largo de lo habitual y fuimos a parar ni más ni menos que hasta la cueva de Maltravieso. No pudimos ver gran cosa, pues era lunes y el centro de interpretación estaba cerrado. A pesar de ello, hicimos con que nos cortábamos los meñiques y nos asomamos a la reja de la cueva. Allí descubrimos con sorpresa uno de los últimos inquilinos de la gruta, a la que las rejas no suponen impedimento alguno para habitarla sino más bien descanso: una preciosa largatija ibérica. Esta se encontraba tan ricamente en la puerta de la gruta, ajena sin duda al prehistórico trajín humano del lugar. Tan solo huyó de nuestro lado cuando Juan se acercó con una vara amenazando y gritando de una forma... algo primitiva, acorde con el lugar.
Curiosas concreciones arriñonadas de calcita en la entrada a la cueva. Lástima no poder ver los tesoros geológicos y arqueológicos del interior...
Regreso a los orígenes.
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