Luz y color sobre Venecia.
Góndolas surcando canales, entre edificios medievales desconchados.
En opinión del G.P., la humedad y la suciedad hacen de Venecia mucho más hermosa y decadente.
Uno de los infinitos callejones venecianos, tan interesantes de conocer como los canales.
Los carteles invaden todos los rincones de los pasadizos.
Ventanas buscando desesperadamente la luz entre callejones estrechos.
Blanquísimo: gótico veneciano.
Tetrarcas romanos en pórfido: restos de antiquísimas alianzas militares perdidas en el tiempo, en las que nadie repara.
Oropel turístico en las góndolas.
Máscaras fuera de carnaval.
Un amigo mío decía que quien quiera visitar Venecia debe contar como aliadas fundamentales dos cosas: tener buena climatología y evitar el turismo masivo. En Venecia nos acompañó la buena suerte y conseguimos ambas cosas. No había calor sofocante, pero sí había luz, muchísima luz: la misma que debió disfrutar Canaletto para sus cuadros hará casi tres siglos. La luz de la tarde teñía las partes más abiertas de la ciudad de un azul intenso. El blanco y los tonos ocres más apagados invadían lo demás. Luego era cuestión de perderse por las callejuelas: más allá de la plaza de San Marcos, descubrir innumerables rincones de la ciudad se convierte en una obligación que debe marcarse cada visitante de la ciudad. Para un amante de la fotografía, la luz es un regalo que no se podía despreciar. Mis compañeros de viaje tuvieron que soportarme parando en cada rincón, cada canal, cada callejuela para atar el momento, trasladarlo a una imagen. De no ser por Santi, el que escribe todavía andaría perdido por el laberinto de callejuelas veneciano.
La otra palabra distintiva de la ciudad es su decadencia, de la que no son ajenos ni el clima ni la propia historia. En Venecia conviven edificios decadentes, con sus muros corroídos y desconchados por la humedad, con el pasado medieval de la ciudad: puentes profusamente ornamentados, arcos apuntados tallados en mármol, y góndolas doradas. El acqua alta ha amenazado con destruir la ciudad más de una vez y la condenan a esa apariencia desvencijada, sucia y ruinosa. La historia, por otro lado, acaba confirmando la tendencia: la señorial Venecia prolonga su decadencia desde 1797, año que la Serenísima dejó de ser una república independiente y pasó a formar parte del Imperio Austríaco. Desde entonces, la ciudad de las especias y Marco Polo se convirtió en uno de los puntos favoritos para las vacaciones de la aristocracia y la alta burguesía europea, como escribía Thomas Mann en su Muerte en Venecia y Visconti plasmaba magistralmente en imágenes. Hoy la decadencia se convierte en atractivo turístico, y esto se hace negocio: el cine y el turismo acartona a la ciudad y la convierte inevitablemente en un escaparate, en un enorme decorado hueco, en una misma máscara de carnaval.
Columnas de mármol bandeado en San Marcos: para el G.P., la abundancia de este material constituye
una auténtica sorpresa y un auténtico placer para nuestros sentimientos geológicos.
Atardecer. Más tonalidades para disfrutar desde los vaporettos.
(Con permiso de los lectores, el G.P. interrumpe sus habituales investigaciones locales y publica unas cuantas fotos de su último viaje a Italia. La tentación es demasiado grande para no llevarlo a cabo)