Las fracturas de las pizarras, descarnadas por completo de su suelo original por la acción del río,
son aprovechadas por los pescadores como improvisados bancos y forman un peculiar paisaje escalonado.
Enormes muros verticales de pizarras y grauvacas quedan ahora al descubierto.
Los dientes de perro que salen a la luz, cubiertos por el barro seco, muestran el antiguo nivel del suelo. A su lado, una hornacina de granito del siglo XVIII se mantiene firme resistiendo las inundaciones del pantano.
Para aquellos que conocen un poco el perfil geológico local, este resulta el terreno más abundante de la provincia y que ocupa buena parte de lo que se conoce como la penillanura cacereña. Pizarras y grauvacas precámbricas se suceden, aburridas, monótonas, por lo general poco interesantes para el buscador de pedruscos. Sin embargo, con estos desniveles del terreno, artificiales o no, las pizarras pueden presentar formas curiosas y que permiten dar la sensación a quien los visita de un paisaje casi lunar.
Los falsos estratos son provocados por los distintos niveles de las aguas.
Puentes construidos en torno a 1530, que quedan al descubierto con la sequía.
Distintos filones de cuarzo atravesando las grauvacas.
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