Nos salimos de nuestra mirada local para viajar en el espacio y el tiempo hasta un recóndito lugar en Canadá, de la mano de uno de los mejores divulgadores de la paleontología, Mr. S.J.Gould. El animalito de marras, señor Pikaia, bien merece este cambio de tercio, aunque aparentemente presente un aspecto bastante humilde si miramos la imagen de al lado. Este animalito parecido a un gusano tiene muchos años de por medio: pertenece a la
fauna del cámbrico medio y de ese fantástico momento geológico que tuvo
lugar en el Burgess Shale hace 530 millones de años. Este pequeño
descubrimiento fue dejado a propósito por el doctor Gould para las conclusiones de su libro La Vida Maravillosa. Algo tendrá el fósil, para que el paleontólogo más popular de la
anterior década lo hubiera colocado al final (lo cual es un puesto si
cabe más meritorio que el principio, en el interminable y algo cansino recuento de fósiles que hace en su libro).
Vayamos
al pikaia. Este animalito, aparentemente un gusano, no es ni más ni
menos que uno de nuestros antepasados más importantes: el primer
precordado en la historia de la tierra, al menos en lo que nos deja ver
el siempre incompleto registro fósil, y en cierta medida similar a los actuales anfioxos, notocordados contemporáneos. Si dejamos de lado eslabones entre
monos y hombres (que creemos tan importantes, y que tal vez no lo son
tanto), está muy claro que este paso (la aparición de los vertebrados) se lleva la
palma en importancia: sin su movimiento en el fondo de las aguas
someras del Burguess Shale, no habría nada parecido a nuestra especie
pululando por los cinco continentes y visitando la luna en delirios de
grandeza.
Pero es que además, este gusano-pez es un superviviente
nato, quizás sin pensarlo. No estaba en la lista de los mejor
adaptados de su tiempo -si lo comparamos con el anomalocaris y demás parientes raros-, pero sobrevivió de alguna manera a la extinción de toda esa
fauna fabulosa del Burguess Shale, y eso le convirtió en un ganador
contra todo pronóstico en la carrera por la complejidad evolutiva. Al
igual que con los reptiles mamiferoides supervivientes del triásico, que
jamás soñarían con hacerse elefantes mucho más tarde. Semejante
heroicidad fue recompensada por S.J. Gould con una de sus conclusiones
más brillantes y exultantes:
“Y si usted quiere formular la
pregunta de todos los tiempos (¿por qué existen los seres humanos?), una
parte principal de la respuesta, relacionada con aquellos aspectos del
tema que la ciencia puede tratar de algún modo, debe ser: “porque pikaia
sobrevivió a la diezmación de burguess shale”.
Por qué este animalito, sin
quererlo, se ha convertido en un fósil sobre el que todo el mundo
deposita sus miradas, sonríe al verlo y lo hace suyo es relativamente fácil de responder, desde una profunda perspectiva filosófica. Pensadores,
religiosos y científicos quieren ver en él una corroboración para sus
intereses particulares sobre el conocimiento y la fe humana. Los
biólogos como Gould, defensor a ultranza de la contingencia de la
evolución, lo enmarca como ejemplo perfecto de la casualidad y el azar
en la naturaleza, más allá de las engañosas leyes sobre la supervivencia
del más apto y la competitividad evolutiva (el paleontólogo, en su línea, dando caña a los gradualistas ortodoxos). Y no faltan religiosos que
afirman una mano invisible detrás de todo este complejo proceso de
supervivencia y proclaman: he ahí una casualidad causada. Teleología
encubierta tras la peculiar explosión cámbrica, que se suman a otros
momentos cumbre en la historia de la evolución. Como hemos dicho en
otras ocasiones, uno puede pensar lo que le dé la gana y para lo que
mejor convenga a los intereses de cada cual.
Lo cierto es que si lo miramos desde fuera, ni la permanencia de pikaia es
un dato a favor de la contingencia absoluta, ni mucho menos es la
prueba de una intervención divina. Podría haber habido otros muchos
pikaias en el cámbrico o el ordovícico inferior, el paso podría haberse
dado antes del Burgess Shale, o después del mismo. Igualmente acabaría
por darse, defienden los biólogos detractores del azar y partidarios
igualmente de la teleonomía. En cualquier caso, las tres teorías son
interpretaciones del dato empírico de que pikaia existió
realmente, y que, hasta donde sabemos, su existencia dejó abierto el
camino a que el G.P., muchos millones de años después, pueda recrearme viendo
un trilobites de la misma época en el salón de su casa. Ahora bien,
mucho me temo que pikaia no me acabará de dar la respuesta de por qué
estamos aquí.
(conversaciones con el Sr.Tibb, rescatadas de nuevo)
Stephen Jay Gould es uno de mis favoritos y Pikaia protagonista en varias de sus obras. No es para menos. Aunque no sea un Tigre siberiano, yo también la colocaría en mi lista. Saludos.
ResponderEliminarTengo debilidad por los animalitos estos, tan extravagantes y peculiares. Quiero recuperar el que tengo a mi derecha, el anomalocaris...
ResponderEliminarUn saludo!