Un periodo crucial para la historia cacereña, el carbonífero (330-300 millones BP)
Habíamos dejado nuestra historia natural de Cáceres sumergidos en los mares del Paleozoico, en la silenciosa compañía de trilobites, braquiópodos, lingulas y nautiloideos. Este mar antiguo se mantendrá muchos
millones de años, concretamente hasta el famoso periodo carbonífero. En otros
puntos de España, este periodo da lugar a formaciones de carbón, pero no es el
caso de nuestra ciudad. Aquí todavía estamos bajo el mar, y los pantanos con su
vegetación exuberante y tropical no llegan a nuestro entorno. Pero sin embargo,
el océano pierde profundidad y se convierte en un mar somero, muy atractivo
para albergar gran biodiversidad. Esto permite la formación de un tipo de roca,
la caliza y la dolomía, que va a ser de vital importancia para la futura ciudad
de Cáceres y la posibilidad de que el ser humano pueda establecerse en estos
parajes tan secos. Estas calizas, al menos una parte de las mismas, tienen un
origen orgánico: están constituidas fundamentalmente por el aporte de carbonato
cálcico de muchos seres vivos y en nuestra ciudad son fundamentales los fósiles
de crinoideos. En muchos lugares del Calerizo podemos encontrar pequeños
troncos laminados blancos sobre la piedra oscura caliza. En realidad es solo
una pequeña parte del cuerpo de estos animales, que después se ramificaban y
tomaban el aspecto de plantas acuáticas. Dado el número que nos podemos
encontrar en nuestras calizas, podríamos imaginarnos el mar cacereño de entonces
como una especie de selva sumergida por estas criaturas extrañas con forma de
planta, pero que en realidad son animales.
Decíamos que la creación de calizas en esta época del carbonífero va a
ser crucial, imprescindible, para explicar después la vida humana en nuestro entorno. Como es bien
sabido, las calizas son rocas fácilmente alterables con la lluvia –no en un año
de precipitaciones, sino en doscientos millones de años de lluvias seguidas- y
crean cavidades y cavernas con facilidad. Cualquiera que pise los cerros de
Aldea Moret se dará cuenta de la superficie agrietada y angosta de sus montes
(Lo que llaman en geología lapiaz). Esto provoca la existencia de
acuíferos muy importantes, por un lado, y de cuevas susceptibles de ser
habitadas en el futuro, como Maltravieso o Santa Ana. Con ellas, la muerte por
sed o por frío parecían alejarse para los futuros hombres que habitasen el
lugar. Mucho tiempo después y ya en el
presente, los cacereños usarán estas piedras para la obtención de un bien
básico en construcción: la cal. Todavía hoy, quedan diseminados por muchos
lugares antiguos hornos de cal, cuya actividad se extinguiría en torno a los
años cincuenta, cuando el mercado nacional hizo poco rentable esta actividad a
escala local.
En esta época compleja de movimientos
geológicos, empiezan a aflorar en la superficie cacereña grandes masas de rocas
procedentes del interior de la tierra: a diferencia de los volcanes, su ascenso
va a ser lento y suave, que les permite enfriarse y solidificarse cuando llegan
a la superficie. Son los granitos que aparecen al oeste y sur de la ciudad, y
que forman el entorno de Malpartida de Cáceres. Ellos son no solo los
culpables de esos fantásticos bolos del berrocal de los Barruecos –no es el
único en formas curiosas- sino también de buena parte de la riqueza minera de
la que ha disfrutado Cáceres en el siglo pasado y hoy en día: la abundancia del
fosfato, litio y estaño en estas rocas, en forma de fosforita, casiterita y
ambligonita, explica que hayan existido en los últimos 150 años explotaciones
mineras en los alrededores de la ciudad que se beneficiaban de estos recursos:
Las antiguas minas de Aldea Moret, Valdeflores, El Trasquilón o Las Arenas
estaban vinculados, de una forma o de otra, con esa emergencia plutónica. Hoy
en día, todos los yacimientos están paralizados o agotados, y hemos pasado de
explotar minerales a beneficiarnos de la propia roca del granito con cierto
éxito: varias canteras han explotado el granito y la caliza.
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La tierra emerge (300 millones de años- actualidad)
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A mediados del carbonífero, en torno a los
300 millones de años, y tras un periodo de regresiones y subidas del nivel del
mar, Extremadura emerge por primera vez conocida del océano y se convierte en
tierra firme, parte de una isla que ocupará buena parte de lo que después será
la península ibérica. Esta isla va a la deriva, a los lomos de una placa
continental que por entonces se ubicaba prácticamente en pleno ecuador, inicia
el viaje hacia su actual posición en el hemisferio norte, en la latitud que hoy
conocemos. El origen de este levantamiento nuevamente lo explica la tectónica
de placas. En aquella época, dos grandes placas continentales chocan –como
actualmente la India sobre el Tibet- y hacen levantar montañas y desaparecer
mares. La orogenia hercínica o varisca va a hacer que Extremadura se convierta
en tierra firme hasta el día de hoy. Resulta difícil pensar que el actual
terreno extremeño pueda ser montañoso por causa de la orogenia. Pero tendríamos
que imaginarnos el Pérmico –el último periodo del Paleozoico- con cadenas
montañosas y valles arbolados. Este periodo cálido y crecientemente árido que
acaba con una gigantesca extinción de la vida paleozoica hace 251 millones de años.
Nada de esta gran catástrofe nos cuentan las
piedras cacereñas. Van a callar hasta hace unos pocos milenios: en lugar de
dejar sedimentos, los estratos antiguos empezarían a erosionarse sin dejar
rastro de aquella época, en un proceso opuesto al que había operado hasta ese
momento. De todo este periodo suponemos que tras la extinción pérmica, los
reptiles y dinosaurios pasearon a sus anchas por los bosques del jurásico y
cretácico, que crecerían entonces en lo que sería en un futuro esta región. El
clima sería cálido y húmedo y no cabe duda que iguanodones y demás parientes
gigantes habitarían nuestro territorio, como poblaron otras zonas de España.
Nosotros no estábamos lejos de la costa del futuro océano atlántico. De esta
época sí se conserva sin embargo, un
fenómeno geológico excepcional, la falla Alentejo-Plasencia, que transcurre a
unos treinta kilómetros de la ciudad y que es testigo de un acontecimiento de
primer orden: la aparición del océano atlántico. Esta falla fue una enorme
escisión en la tierra provocada por el movimiento de las placas continentales y
empezó a moverse en torno a los 135 millones de años, a mediados del jurásico
para reactivarse en otras ocasiones posteriores. Quizás en determinados
momentos la superficie cacereña -y toda la que atraviesa la falla- debió
parecerse a los actuales rifts del cuerno de África, en el que la tierra se
desgarra y permite emanar rocas y fluidos del manto de la tierra, provocando
paisajes desérticos y volcánicos únicos. En cualquier caso, todos son conjeturas,
y poco sabemos de este tiempo en nuestra comarca.
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Cuaternario: el tiempo presente.
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Los próximos rastros geológicos nos llevan
al tiempo presente, cuando la orografía actual está ya establecida y los cauces
de los ríos toman su dirección hacia el oeste. Estos son tiempos cuaternarios,
remontables a un millón de años, y que para la geología viene a significar “los
tiempos presentes”. De esta época -hasta la actualidad- son
los suelos arcillosos que habitualmente pisamos, especialmente aquellos formados
en las vaguadas y valles formados por el flujo de los arroyuelos (el Marco,
Mina Esmeralda, arroyo de Aguas Vivas, Guadiloba…), algunas partes llanas de
los granitos de Malpartida, y los derrubios ocasionados en las laderas de los
cerros y montes de la Sierra de la Mosca. Es fundamentalmente en estas zonas
donde los suelos son más profundos y fértiles (especialmente la ribera del
Marco o algunas terrazas del Guadiloba) y donde nos encontramos con una última
sorpresa paleontológica. Un pequeño hallazgo recogido por el profesor Juan Gil
Montes que permite reconstruir cómo era y qué tipo de paisaje podrían
encontrarse los seres humanos la primera vez que pisaron estas tierras, por
otro lado, muy parecidas ya a nuestros días.
En algunas partes de la ribera del Marco podemos
tener la suerte de encontrarnos con unas piedras de tonos marrones, muy
porosas, que yacen en el lecho del cauce y en algunos de los desniveles creados
por el propio cauce del riachuelo. Estas piedras, conocidas como
tobas calizas, también están presentes en
las construcciones más cercanas como Fuentefría. En el pasado invierno del
2013, el Marco vino tan crecido a su paso por ese manantial, que arrastró
consigo multitud de estas piedras, permitiendo observar muchas de ellas en ese punto
de la ciudad. Si cogiésemos una de ellas y las limpiásemos oportunamente, nos
daríamos cuenta que los poros pertenecen a los restos dejados en la roca por
multitud de restos vegetales. Vegetación formada por plantas herbáceas, tallos,
juncos y raíces, pero también por hojas de árboles caducifolios, que muestran
el carácter ribereño y la presencia de humedad en la zona desde hace varios miles de años. Las razones
de cómo estos restos se han preservado tan bien las ofrecen nuevamente el
yacimiento calizo del Calerizo y es común a las formaciones de tobas calizas en
otras geografías. La lluvia con CO2 disuelve una pequeña parte del carbonato
cálcico y se acumula en las aguas subterráneas. Después, cuando afloran a la
superficie, dejan impregnadas el carbonato cálcico en la vegetación que
atraviesa el arroyo. Finalmente, la vegetación queda completamente recubierta
de este carbonato, acaba desapareciendo o convirtiéndose en carbón y deja unas
molduras perfectas sobre la caliza que es la que le da este aspecto tan
sumamente poroso.
Este hallazgo aparentemente tan simple es
fundamental para explicar por qué el hombre decidió asentarse hace 10000 años
–al menos- en las cuevas de Maltravieso. La presencia de agua, y los cobijos
naturales creados por las formaciones calizas permitirían un lugar óptimo para
la existencia humana. Los fértiles suelos del Marco permitieron también crear
una incipiente agricultura de la que nos quedan numerosos restos desde al menos
la Edad Antigua. Esto a su vez permitía abastecer a una población que desde la
baja edad media superaría los 1700 vecinos. Estas tres condiciones permitieron
que se cumpliera la excepción española: una ciudad relativamente populosa,
capaz de sobrevivir sin un río
caudaloso y que acabaría convertida en capital de provincia.
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El hombre sobre la naturaleza: el futuro de Cáceres.
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La presión demográfica sobre nuestros
recursos desde la Edad Moderna ha ido incrementándose paulatinamente, y
convierte el más antiguo problema de supervivencia humana, el abastecimiento de
agua, en algo contemporáneo. Conforme la ciudad fue creciendo las aguas del
Marco se revelaron indispensables para poder suministrar a una población
amplia. En el Marco encontramos restos de presas romanas, posibles casas de
baños árabes y un grupo de molinos que se remontan algunos de ellos a la época
medieval y que estuvieron funcionando hasta los años cincuenta. Entre el siglo
XVI y XIX se construyen fuentes en los dos valles que limitan la ciudad, la
Sierra de Aguas Vivas –La Madrila,
Aguas
Vivas, Fuente Hinche- y las aguas que vierten en el Marco -Fuente Fría, Fuente
Concejo, Charca del Marco- para abastecer de agua limpia a la población. Desde
mediados del siglo XX se utilizaron las aguas del Calerizo para poder abastecer
las necesidades de la ciudad. Pronto se vería que ese uso era inapropiado para
las crecientes necesidades industriales –el agua era dura, y la cal obstruía
rápidamente maquinaria industrial- y se haría imprescindible crear presas
artificiales –como el Guadiloba- para paliar esa amenaza. Hoy en día vemos que
ni siquiera una presa así es capaz de satisfacer nuestras necesidades y que el
problema del agua es hoy tan acuciante para nuestra ciudad como lo fue para el
primer poblador de Maltravieso. Ciertamente, hemos pasado de beber el agua del
Calerizo a usarla para regar un campo de golf. Pero es presumible que si el
cambio climático se acelera en las próximas décadas, es de suponer que el
futuro de Cáceres se hará comprometido y dependerá de soluciones tecnológicas y
éticas extremadamente costosas.
A esta amenaza le añadimos el del urbanismo
de la ciudad que ha condenado casi a la destrucción el paraje que le permitió
nacer, la ribera del Marco. Un urbanismo desorganizado ha provocado la
desaparición de buena parte de las antiguas tierras cultivables, ahora bajo el
asfalto y las edificaciones, y la escasa pervivencia de un entorno fluvial hoy
casi irreconocible, si lo comparamos con la proliferación de los fósiles
vegetales del cuaternario. Naturalmente estos son lo que muchos llamarían
“daños colaterales” del progreso humano, pero que otros ya ven como una huida
hacia adelante, sin afrontar el reto que supone un desarrollo sostenible a
largo plazo. La historia local de Cáceres es en el fondo, el reflejo pálido de
una historia mucho más universal, en la que está comprometida la supervivencia
del hombre como especie.
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La contingencia cacereña: conclusión filosófica a un ensayo
geológico.
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Voy a darme el gusto de acabar el trabajo como
lo empecé: como un filósofo y no como un geólogo aficionado. He comenzado el
escrito convencido de la importancia de comprender nuestra geología para
entender nuestra propia historia, una historia que ha hecho que nosotros, de
una manera o de otra, nos sintamos “dueños” de esta tierra que habitamos.
Albergamos sentimientos de pertenencia en forma de patrias, naciones y destinos
manifiestos que combinan raza, cultura y territorio. Nos convertimos en señores de
tierras y construimos fronteras en sus límites para frenar extraños. Expoliamos
sus recursos naturales en nombre del derecho de propiedad. La degradamos en
nombre del progreso y la comodidad humana.
Después de haber pensado esto desde nuestro
perfil geológico, uno se siente obligado a ser algo más humildes en las
reclamaciones. Estamos en esta tierra cacereña por una contingente mezcla de
causas biológicas, físicas y geológicas. Incluso la tierra que pisamos es
relativa: como hemos visto, no siempre ha estado emergida ni ha estado
posicionada en el mismo lugar del planeta. ¿Por qué podríamos considerarla
nuestra sin atender a las obligaciones que supone el habitarla? En cualquier
caso, nuestro paso por este suelo que llamamos Cáceres o Extremadura es
puramente transitorio. Frente a los 600 millones de años de antigüedad del
suelo que pisamos, nosotros no estamos sobre él más que hace un millón y medio
y no lo habitamos sedentariamente más que hace 10000 años. Esta tierra seguirá
su evolución cuando nosotros ya no estemos aquí como especie. Decir incluso que
es nuestra responsabilidad protegerla hasta resulta altivo. La peor catástrofe
que pueda provocar el ser humano difícilmente pondrá en peligro la vida en la
tierra y mucho menos detendrá su evolución geológica.