Las zarzas y un pequeño estanque amenazan la carretera. |
La naturaleza devora poco a poco el terreno que originariamente le pertenecía: proceso lento pero imparable. |
Iba yo deambulando un rato con la bicicleta cuando de pronto me crucé con la vieja carretera abandonada del Casar de Cáceres. En ese momento se levantaron en mi mente recuerdos de la niñez que me pedían a gritos parar allí. Y pasó lo de siempre: el poder evocador de lo viejo pudo sobre la pobre cabeza del G.P. Di un pequeño paseo por esa carretera con el asfalto levantado y la grava suelta, deseando convertirse en suelo. La hierba otoñal devoraba lentamente los límites de la carretera. De las cunetas abandonabas se acumulaban balsas de agua ocultas por las zarzas. Levantaba de cuando en cuando la vista hacia las poderosas nubes del momento y recordaba aquellos dulces momentos de pequeño en los que descubría por primera vez, en aquella vieja carretera y acompañado de mi familia, las siluetas de las avefrías, los chorlitos y las garcillas bueyeras. Pero es demasiado temprano para las avefrías, y yo tampoco soy aquel pequeñajo de entonces. Y es que todo fluye, como decía el filósofo, pero lo importante es seguir disfrutando del presente.
Una imagen que siempre busco en cada otoño: las lentejas de agua vuelven a poblar los regatos reanimados con las lluvias de octubre. |
Y detrás de un cercado, una abubilla picoteaba el suelo en busca de insectos. El levantamiento de la tierra para los sembrados propicia la presencia de estos bellos animales en nuestro entorno más próximo.
De vuelta, fantásticos cúmulo-nimbos se elevaban sobre la ciudad de Cáceres. Un paisaje apropiado para irse a un lugar despejado y disfrutar del cielo. |
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