Quizás porque en esta época esté menos concurrido, o quizás porque la escasez de alimento congrega a más animales, el parque del Príncipe durante el invierno constituye una visita que siempre merece la pena. Claro que si vamos en días de la helada, allí la humedad y el frío se hacen más perceptibles, así que había que cubrir a Juan hasta las orejas (el infatigable compañero del G.P.). Mereció la pena el esfuerzo: fue la primera vez que Juan se topó con un gazapo, tan pequeño como él. Después de contemplar otra vez bandadas de lúganos y jugar con el hielo en el canal, salíamos del parque por las cuestas de arena, arrastrando el carro pesadamente. De repente y en mitad de nuestro camino se plántó un pequeño conejo. Al divisarlo nos quedamos paralizados. A Juan se le pusieron los ojos como platos, pero no dijo nada (al fin y al cabo, convive con un gato). Eso permitió el momento mágico de la contemplación. El G.P. pensó por un momento que iba a huir en un instante, pero afortunadamente el animalito tuvo la misma reacción que nosotros. Un tiempo más que suficiente para incluso poder sacar la cámara y disfrutar del momento.
Más lúganos: los guardianes del parque en estas fechas.
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