Un bloque de cuarcita armoricana atravesada por varias crucianas.
Skolitos en otra cuarcita a unos cuarenta metros de la anterior.
Un pobre caracol congelado sobre otra cuarcita del mismo entorno.
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Pero el día no había terminado, y en la subida del cerro nos detuvimos con algunos afloramientos de pizarras grisáceas colindantes con la cuarcita. No es que supiésemos qué contenían, pero nos dio por romper algunas pizarras inconscientemente, y salieron por arte de magia restos de trilobites. No estaban enteros, ni eran fácilmente conservables en la pizarra, pero eran trilobites. Y a fin de cuentas, siempre que el G.P. encuentra un bichito de estos se le revuelve el espíritu ancestral que lleva dentro. Así que no pudimos evitar llevarnos alguna pizarra que albergarse algún resto, para luego en casa dedicarnos a la delicada tarea de limpiar, extraer (y romper a veces) el tesoro que contenía la roca. Sin consultar ninguna fuente especializada, suponíamos que el tramo pizarroso detectado se correspondería siguiendo los principios más básicos de estratigrafía con el ordovícico medio-superior, posterior a la cuarcita armoricana. Efectivamente, tras consultar el mapa del IGME constatamos que este tramo pizarroso ha dado muchos fósiles en todos los sinclinales de la provincia, y especialmente trilobites del género Calymene. Nosotros, a los trilobites, le añadimos también graptolites que hemos descubierto en otras ocasiones...
Y entre piedra y piedra no dudamos en fotografiar un caracol -de nuestro tiempo- completamente congelado y cubierto por la escarcha de la mañana. Intuimos que si no espabilaba pronto, acabaría más disecado que los trilobites del ordovícico. Qué dura es la vida.
Una preciosa cola de trilobites, o eso le parece al G.P., en las pizarras más próximas a los estratos de cuarcita armoricana.
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