El comienzo de las cortas vacaciones no ha podido ser mejor. Día soleado, ribera del Marco, una mañana entera por delante en compañía del pequeño complemento R2-D2 (el pequeño Juan) y una primavera rompedora. Algo necesario para que el G.P. olvide un poco el cansancio rutinario, los problemas cotidianos, los rifirrafes políticos, la crisis educativa. Llegados a este punto, y mientras uno disfruta de estos pequeños placeres, lo pensamos más despacio. Quizás todo sea parte de un gran sedante, un engaño, una ideología alienante marxista o mecanismos de sublimación freudiana, si le permiten al G.P. usar su terrorífica jerga filosófica en peligro de extinción y que da la risa. Disfrutar en la naturaleza para olvidar disgustos o reponerse no es algo que necesariamente tengamos que poner en una lista de pecados capitales. Y preferimos esa visión positiva de los psicólogos humanistas, a lo Abraham Maslow. Algunas personas, entre ellas el G.P., entienden la salida a la naturaleza como una forma de realización personal. Y nada más (y nada menos). Pero siempre a uno le quedan dudas: seis años de blog, exceso de dedicación... ¿vale todo esto para algo? ¿No se podría haber orientado todo este tiempo a un trabajo más profesional, o más reivindicativo y menos complaciente en torno al mundo bucólico pastoril del G.P.? ¿A quién narices le pueden interesar los desvaríos y elucubraciones geológicas de un alma nerd? Ponemos puntos suspensivos...
Después de estas dudas filosóficas, queda la realidad: una mañana dedicada a la observación y caza de cangrejos, al ensayo del tiro de la rana sobre el agua de la charca del Marco, a la recolección de flores silvestres y a disfrutar, al final de la mañana, de una Superbock -cerveza portuguesa, la favorita del G.P.-, desconocida en Cáceres. Y aquí vino el feliz hallazgo motivo del post de hoy: el descubrimiento de un enclave con numerosos gladiolos silvestres, hermosísimos, bien erguidos, en plena floración múltiple. Desde lo lejos destacaban ya sus tallos altos y sus flores rosadas, por encima del manto de ajos blancos y otras flores que también adornan las huertas abandonadas del Marco. Por un momento, el G.P., obsesionado con las orquídeas, pensó que podría tratarse de una nueva especie vista por los alrededores, pero indudablemente la planta del gladiolo es casi inconfundible, incluso para los zotes de la botánica como es el caso del G.P. (si el G.P. hubiese visto el bulbo, lo habría reconocido hasta con más rapidez que la propia planta). Eran tan numerosos que hemos hecho una excepción por una vez, y hemos recogido un ramo de flores silvestres, ajos blancos y gladiolos rosados (solo tres), para el disfrute de Inma.
Los gladiolos silvestres (Gladyolus illiricus) son de un porte más pequeño que las especies cultivadas, pero a pesar de su menor tamaño, sus flores destacan por igual. Aquí los encontramos sobre un antiguo olivar a las orillas del Marco, en una zona de cultivo abandonada, pero fértil y con suelos pardos más profundos que los de los alrededores, provocados por la antigua sedimentación fluvial. Toda en sí es una zona extremadamente abundante para las liliáceas y umbelíferas, es decir plantas bulbosas perennes que aquí tienen la posibilidad de extenderse a sus anchas, siempre que los cardos borriqueros las dejen, eso sí.
El ramillo en cuestión, con ajo blanco, kundmaria amarilla y gladiolos silvestres.
El ramillo en cuestión, con ajo blanco, kundmaria amarilla y gladiolos silvestres.
Los eriales del Marco, en plena ebullición primaveral.
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