En la fotografia superior, vemos una gran poza sea abre al pie de la foto, produto de la unión de varias marmitas. En el escalón superior, se ven las tinajas, más marmitas incipientemente conectadas entre sí. En la foto lateral, aspecto de la típica erosión torrencial sobre el granito, en varias marmitas en otro punto del río. En la fotografía de abajo, el amigo Natalio. en mono de trabajo, mostrando con cara sonriente sus "tinajas".
“Estoy seguro que no te arrepentirás”,
repetía el amigo Natalio, conforme descendíamos al cauce casi seco del río
Tozo. Una fuerte pendiente del terreno dejaba ver de cuando en cuando, entre
las encinas, las rocas desnudas del lecho del río. Lo que parecía un riachuelo
típico de la penillanura cacereña, como el Tamuja o el Magasca, se iba
convirtiendo en algo más espectacular, cuando
grandes bloques de granitos fracturados iban sustituyendo a la pizarra y
dejaban asomar formas de mayor empaque sobre el paisaje. Natalio y su familia
llamaban al lugar “las tinajas”, un enigmático nombre que dudamos si figura en
algún sitio y que resulta casi patrimonio de los pocos cazadores y ganaderos
que conocen la zona. Conforme nos acercábamos al sitio íbamos penetrando en el
cauce, sorteando tamujares espinosos y saltando sobre grandes granitos
fracturados. El amigo Natalio brincaba como un gamo, mientras nos decía que
solía ir a pescar a las pozas del río barbos y carpas cuando era pequeño.
“Venía de pequeño a pescar y a bichear con
mi tío, que era cazador, buscando jabalíes y cosas así”. Y es que Natalio tuvo
una infancia distinta para los años noventa, viviendo en una finca
relativamente aislada en mitad de una dehesa, en un momento en el que ya era
difícil encontrar familias de pastores dedicados en cuerpo y alma al campo y
que vivían alejados de los núcleos de población. Normal que alguien así se
moviese con tal agilidad y que tuviese la maña que mostraba con el ganado, tumbando ovejas y ordenando cabras en un suspiro.
Poco
después, el GP descubrió por qué el lugar era conocido como las tinajas. Un
pequeño desnivel del terreno había propiciado sobre el terreno granítico la
aparición de una gran poza natural, que en realidad eran tres grandes marmitas
que habían quedado unidas por la erosión. Por encima de ellas, se veían las tinajas, unas peculiares marmitas
que al contrario de lo habitual mantenían una parte de la pared del granito y
tendían a cerrarse por su parte superior. En pleno verano el río va seco pero el interior de las pozas albergaban
agua con una profundidad de más de metro
y medio. Indudablemente, la visita en el invierno debe ser más espectacular,
aunque para los amantes de la geología difícilmente se podrán ver las marmitas
mejor que en esta época estival. Subiendo algo más el río, nos dábamos cuenta
que el tamujar se hacía más espeso –había que tener cuidado con los jabalíes en
lugares cerrados, nos decía Natalio- y que el granito era sustituido por la
pizarra, mucho más común en los arroyos de la zona. Los bolos de granito eran
sustituidos por típicos dientes de perro y estratos de pizarra y grauvaka. Al tamujar le acompañaban ahora las espadañas
y las cañas. Pero, ¿de dónde habrá salido todo este granito? Se preguntaba
continuamente el GP y le prometió a Natalio que se lo explicaría todo al día
siguiente.
Ya en
casa, iniciamos nuestras investigaciones. El GP estaba completamente pez en la
zona y tuvo que empezar por un simple mapa para saber dónde estaba. El río Tozo
es un afluente del Almonte, al igual que el Magasca y el Tamuja, y comparte con
estos ríos sus características más típicas: ríos muy encerrados en su cauce,
socavando la penillanura pizarrosa, con caudal muy variable y sometidos a un fuerte estiaje que hace que
durante el verano solo queden grandes charcos en su lecho. En su confluencia
con el Almonte, el río forma una posición estratégica que fue ocupada por
población humana desde tiempos prerromanos (el poblado de Azuquén). Nosotros
visitamos el río cuatro o cinco kilómetros arriba, cuando empieza su encaje en
el terreno. Geológicamente, el terreno está predominantemente ocupado por el alodomo extremeño, como suele
ocurrir (pizarras, grauwakas y algún conglomerado) pero presenta la
peculiaridad en esta parte de estar atravesado por un gran dique de pórfido
granítico, con un espesor de unos doscientos metros. Este dique presenta una
orientación parecida a la FAP, y se prolonga unos quince kilómetros en
dirección SO-NE, arrancando desde las inmediaciones de Santa Marta de Magasca. Aunque
no hemos analizado a nivel macroscópico ninguna pieza del granito, en algún
lugar con fracturas frescas observamos que tenían una coloración bastante clara
y amarronada por meteorización, con presencia de moscovita y pocos minerales
oscuros.
Y es por esta especial condición del
dique granítico, que el río Tozo presenta estas características tan peculiares
en su paso por Las Tinajas. El desnivel de terreno y la intensa fracturación
del dique ha provocado la creación de estas hermosas marmitas en uno de los
puntos del río, la más grande de todas ellas (una marmita de gigante), ocupando
una poza de más de seis metros de ancho. Resulta interesante cómo en su escalón
superior, varias marmitas (las propias “tinajas”) van comunicándose entre sí y
están en proceso de erosión. En realidad el GP no tiene ni idea si estas
marmitas se realizaron en momentos de una climatología más húmeda o si el
processo continúa hoy en día, pero la roca da muestras de grandes crecidas del
agua que inundan todas las marmitas. En conclusión, este es un lugar geológica
y paisajísticamente bien interesante, desgraciadamente en fincas privadas en
las que el acceso no siempre es tan sencillo como en nuestras visitas más
cotidianas. Agradecemos aquí al amigo Natalio por haber hecho de estupendo guía
en nuestra visita, y hablaremos todavía de él en las siguientes entradas (la
visita no acabó en las tinajas, ni mucho menos).
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