Nuestra visita al anciano árbol, para mostrar nuestros respetos por un nuevo pequeño en la ciudad. Antiguamente los pueblos sajones veneraban a los árboles como verdaderos dioses. Lo cierto es que estos ejemplares constituyen lo más cercano que puede tener el ser humano a la inmortalidad y la permanencia en el tiempo.
Este fin de semana he lleva a mi pequeño vástago a conocer uno de los seres vivientes más antiguos de la ciudad: la higuera del palacio de Carvajal. Comparado con los escasos meses de vida de Juan y los míos propios, la higuera ha conocido ya cuatro siglos de idas y venidas en la historia de los hombres (algunas tradiciones la remontan incluso más atrás en el tiempo). Incluso cuando aceptamos que fueron estos débiles y fugaces hombres los que la plantaron, la mimaron y la mantienen con vida, el mero hecho de contemplar su porte, sus rugosidades, sus callos, sus heridas abiertas y sus nuevos brotes nos ponían la carne de gallina y nos hacía pensar en la fugacidad de nuestra vida (la del G.P., lógicamente, porque Juan tiene la suerte de no ser consciente de la mortalidad).
Estamos ademas de suerte. La primavera ha tocado el viejo tronco y se veían ya múltiples brotes verdes que miran con optimismo hacia un nuevo ciclo anual. Alguien que andaba por allí e hizo el inevitable chiste fácil: "estos sí que son brotes verdes, y no los de los políticos". Sea como sea, es un privilegio contemplar, desde que tengo uso de la memoria, a tan gallardo árbol al cobijo de los muros de la vieja Cáceres.
Ramas jóvenes y viejas confluyen en el viejo tronco.
Las rugosidades de la corteza del anciano árbol...
... no pueden ocultar la fuerza con la que sigue fluyendo la vida en sus ramas.
Cierto. ¡Qué aguante tienen esos viejos árboles!.
ResponderEliminarY todas las primaveras vuelven como si no hubiera pasado nada.
Cuando llegué allí me acordé de vosotros, paganos irreverentes: el árbol se merece una plegaria en toda regla como canto a la vida. Mis instintos místicos salieron a la luz.
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