Atardece sobre la dehesa en un día de julio. Los alrededores están en un sobrecogedora calma: los coches de la autovía se han dejado de escuchar y tan solo el chillido de algún milano rompe de cuando el ruido de mis pasos sobre la hierba seca (uno espera a esas horas encontrar algo más de movimiento). Afortunadamente, tengo a alguien más en compañía... Las cigüeñas blancas. Decenas, cientos en los prados. Pronto escucho "el gazpacho", y las veo volar sobre mi cabeza, desde todas las direcciones posibles. Son grupos de cigüeñas jóvenes, que acostumbran a estar en grupo antes de emigrar (aquellas que lo hacen). A pesar de estar tan acostumbrado a verlas, resulta espectacular observarlas en su ambiente y en tal número.
Un amigo polaco me preguntaba cómo eran los bosques en Extremadura. Yo le decía que eran algo así como la sabana africana que aparece en los documentales, "in the middle of nowhere", pero con cerdos y vacas en lugar de fieras. Damian me preguntaba si no eran aburridas las dehesas, frente a los oscuros bosques nórdicos. Está claro que cuando ves tal cantidad de aves, no.
Sem comentários:
Enviar um comentário